Entresemana

Los chavos de la Ibero y de todo México

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Moisés Sánchez Limón 

Los jóvenes mexicanos han asumido posturas de diversa naturaleza. Son, lo mismo tolerantes que incluyentes, propositivos y discrepantes o beligerantes, fundamentalistas, radicales y extremistas, pero elementalmente politizados y participativos, con mayor intensidad por supuesto que en otro proceso electoral sexenal en la historia contemporánea de México.

En este escenario de la sucesión presidencial, el mosaico de posturas de los jóvenes en edad de sufragar y que cursan una carrera en universidades públicas y privadas, es reflejo de la sociedad que más allá de la polarización generada al calor de las campañas, está en la ruta crítica de definir su voto.

Filias y fobias, radicalmente sujetas a la aspiración por el poder, forman parte del entramado político de los grupos que apoyan a quienes aspiran a un cargo de elección popular y que dictan línea en las ligas mayores, es decir, de los que buscan el voto para ocupar el principal cargo de elección popular del país: la Presidencia de México.

Lo ocurrido ayer miércoles en la Universidad Iberoamericana, antier en la Universidad Anáhuac y, el viernes pasado en la Universidad Autónoma Metropolitana, con la presencia de aspirantes a la Presidencia de la República en los dos primeros casos y, en los tres, con quienes buscan la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pautan intereses de control sin rubor.

Y quizá por ello Andrés Manuel López Obrador se disculpó, con argumentos poco creíbles, para no asistir al diálogo con los estudiantes de la Universidad Iberoamericana, espacio en el que a Ricardo Anaya le fue de perlas, tanto que lo mismo el auditorio que el espacio abierto destinado para seguir de cerca su participación y el intercambio de preguntas y respuestas con los chavos de la Ibero, estuvieron abarrotados.

¿Qué operó en ese ánimo de los muchachos de la Ibero para entregarse a Ricardo Anaya y recibirlo y despedirlo con gritos de “¡Presidente!”? Porque, mire usted, hasta donde existe información de los preparativos de ese encuentro, no hay evidencia de que hubo mano negra, como sí la hubo en 2012 cuando le fue como en feria al entonces candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto.

Porque, casualmente, al candidato del PRI al gobierno de la Ciudad de México, Mikel Arriola, guardadas las distancias, le fue igual que a Peña. Un numeroso grupo de estudiantes lo repudió y le exigió abandonar las instalaciones de la Iberoamericana, en Santa Fe, al poniente de la capital del país; incluso le exigieron despojarse de la chamarra de la Ibero –el pretexto ñoño del que se desprendió la manifestación en contra—que portaba.

Y, también casualmente, a las contrincantes de Mikel, la perredista Alejandra Barrales y la Morenista Claudia Sheinbaum, las cuestionaron pero no las injuriaron, por lo menos un detalle de civilidad, pero con el priista se ensañaron, aunque hay que decirlo: hubo un grupo no menor que lo defendió tenazmente.

Pero, de que el beligerante pretendió, incluso, echarlo a patadas de la casa de estudios, fue evidente y ejemplo de cómo los intereses partidistas, personales y de grupo privan, permean e incluso llegan al extremo de manipular a jóvenes universitarios. Porque, es pueril pensar que quienes insultaron a Mikel lo hicieron motu proprio, que les nació del corazón y en ese momento les ganó el anti priismo y rápidamente se organizaron y hasta se dieron tiempo para elaborar sus pancartas.

Cuidado, con este sector no se juega ni se les puede generalizar con la barroca idea de que están de un solo lado. Pero…

Los jóvenes definirán la elección del sucesor de Enrique Peña Nieto; de eso no hay duda, aunque su participación el domingo 1 de julio llegará antecedida de la polaridad que priva entre la sociedad mexicana, entre la que ha dicho que votará y aquella que se ubica en el espectro de los indecisos, un porcentaje de suyo importante e incluso que puede inclinar los números no necesariamente a favor del puntero en las poco confiables encuestas.

De acuerdo con la lista nominal divulgada por el Instituto Nacional Electoral, con datos hasta el pasado 30 de abril, la franja de jóvenes que participará en la elección del próximo Presidente de la República, registra a 35 millones 717 mil 499 ciudadanos, cuya edad oscila entre los 18 y los 34 años.

La lista nominal está integrada por 89 millones 393 mil 959 ciudadanos mexicanos. La previsión optimista es que habrá una importante participación ciudadana en la jornada del domingo 1 de julio. Y polarizar a los jóvenes puede ser la mejor parte de la estrategia electoral de los candidatos presidenciales; pero de ahí a manipular, hay un largo trecho.

Filias y fobias pueden agotarse al momento de cruzar, en la boleta, al nombre de quien mejor haya vendido su oferta de campaña. Y como votan los chavos de la Ibero y los de la Anáhuac, igual sufragan los de Poli y de la UNAM, de la UAM y de instituciones públicas y privadas que, hoy, tienen una importante y fundamental participación política y, no, no son manipulables. Conste.

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