Entresemana

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¿El pueblo manda?

Moisés Sánchez Limón

Entre los que llama corruptos y al que califica pueblo bueno, Andrés Manuel López Obrador transita con el reparto de acusaciones, impunidad, demagogia y el ejercicio del poder absoluto que paulatinamente mengua su bono democrático.

Cuando mandó al diablo a las instituciones todo el mundo entendió el enojo como parte elemental de la derrota que sufrió frente a Felipe Calderón; pero hoy, con el poder absoluto en un puño ha emprendido esa tarea de desmantelar a las instituciones que han dado sustento al Estado mexicano, quiérase que no.

Si fue o no un farsa aquella elección de 2006, un fraude descomunal como acusó López Obrador y decidió rendir protesta como “presidente legítimo” en una opereta montada en el Zócalo de la Ciudad de México, finalmente los acuerdos que tejió en el tercer intento para llegar a la Presidencia de México rindieron frutos y ganó de calle la elección del 1 de julio del año pasado.

Desde ese momento y hasta el 1 de diciembre cuando rindió protesta como Presidente de la República, López Obrador emprendió ese periplo de agradecimiento en el que la fuerte carga demagógica lo instaló en el retorno al pasado del Arriba y Adelante, slogan de campaña de Luis Echeverría Álvarez, de cuya administración ha copiado elementos torales de corte populista.

La lección de aquellos días del populismo que llevó a Luis Echeverría a brindar con agua de Jamaica y cambiar el mobiliario de la residencia oficial de Los Pinos. Son famosos los equipales que sustituyeron a los sillones forrados en terciopelo; fueron profusamente conocidas sus giras por el desierto de Sonora, las fotos con yaquis y tarahumaras, mexicaneros y seris, lacandones y mayas y, en fin, con indígenas a los que había ofrecido justicia, ésta que los diferente gobiernos post revolucionarios les habían escamoteado.

Pero, la creación de fideicomisos y organismos con nombres populacheros fue sello especial el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, cuyo secretario particular fue Ignacio Ovalle Fernández, quien dirigió en aquel sexenio al Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar) y hoy es director del organismo Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), coincidente con el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) efímero programa populista del entonces presidente José López Portillo, del que también fue director.

¡Vaya coincidencias!

Pero, bueno, estábamos en esto de que el licenciado López Obrador aterriza en su administración aquella forma de gobernar en la que abrevó en esos días en que le gustaba más andar en tareas políticas en Tabasco que acudir a estudiar a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Acaso, quizá sólo acaso, por ello hay demasiadas coincidencias en esta política del reparto de la riqueza como en su momento hizo Luis Echeverría con el reparto de tierras y subsidios populistas que agotaron las arcas y llevaron a la primera gran devaluación con el consiguiente endeudamiento galopante. ¿Cómo soportar el gasto en la creación de fideicomisos lo mismo para atender clientelarmente a grupos indígenas como la Productora Forestal de la Tarahumara (Profotarah) que consumió carretadas de presupuesto mas nunca hizo justicia a los rarámuris?

Hoy, Andrés Manuel López Obrador dice que, en el caso del Aeropuerto de Santa Lucía, ejercerá en todo momento su derecho de libre expresión, porque la Barra Mexicana de Abogados le pidió no tocar el tema abiertamente en detrimento de quienes han ganado amparos contra esa obra.

“Hago uso de mi derecho (…), ni modo que me vayan a callar y ya no voy a poder hablar”, dijo el licenciado López Obrador en la conferencia mañanera y advirtió que, entre más le impidan hablar, será cada vez más claro contra aquellos a los que llamó corruptos que están molestos por la cancelación del aeropuerto de Texcoco.

¿Acaso son corruptos los pueblos originarios y comunidades enteras que han protestado contra la construcción de ese aeropuerto porque ni siquiera los consultaron? Pero prosigamos con la perorata presidencial:

“Aquí podemos denunciar, porque además hay libertad plena, pero va a hacer la autoridad competente porque no es aquí un tribunal, o sea, eso corresponde a las autoridades hacer la investigación pero se toma nota, sí es importante que aquí se den a conocer todas estas cosas”, indicó el presidente en una clara ventaja contra quienes lo cuestionan y critican, incluso, con sustento.

Y más la descalificación cuando dijo que “salió una asociación de abogados diciendo que no se podía hablar del asunto; “pues hago uso de mi derecho de manifestación (…) Dije que se estaban esmerando los corruptos y entre más me impidan hablar voy a ser más claro. Los corruptos que tenían el negocio de la construcción del aeropuerto en el Lago de Texcoco están inconformes, porque no pudieron consumar la transa”.

¿Este que protesta contra la decisión unipersonal del presidente, es el pueblo malo?

Porque, mire usted, en esta misma línea del voluntarismo presidencial, le comento otro asunto. Al margen de que se comprometió a disponer que se investiguen las denuncias contra Ana Guevara por permitir la operación de un presunto esquema de corrupción en la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), no quiso hacerlo mismo en torno a que la ex velocista solo trabaja de lunes a jueves y el resto de la semana lo dedica a hacer campaña porque quiere ser gobernadora de Sonora.

“No creo eso. Se me hace, con todo respeto, bastante exagerado (…) Pero lo más importante es la corrupción, que lo otro es más politiquería, con todo respeto. Lo que debemos evitar todos es la corrupción, cero corrupciones. Y sin abandonar el trabajo, para dedicarse a hacer campaña. Es algo demostrable, pues”, zanjó. Con todo respeto, ¿no es corrupción usar recursos y tiempo de la responsabilidad oficial para hacer campaña proselitista?

¿Y el pueblo bueno?

Resulta que el pasado fin de semana en un mitin en Gómez Palacio, Durango, región de La Laguna, porque el pueblo bueno lo decidió a mano alzada, Andrés Manuel López Obrador canceló las obras de un Metrobús para esa región y, porque el pueblo bueno lo pedía en pancartas, decidió que el presupuesto se destine a obras de agua y un hospital.

Y no sería mala decisión, salvo que atrás de ese pueblo bueno están concesionarios de transporte que empujaron esa manifestación de la que López Obrador consideró apropiada demanda y actuó con ese voluntarismo populista que le ha mellado en el bono democrático.

Porque, dígame usted si me equivoco, el futuro de un pueblo no lo puede decidir un barrio que, a todas luces carece de representación. La comparación es simplista, pero ejemplo de cómo Andrés Manuel imita esa praxis de crear organismos públicos y cancelar obras dizque porque el pueblo bueno lo mandata. Y la mayoría afectada, pregunto, ¿es pueblo malo? Digo.

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