Entresemana

Doña Beatriz descalifica a la Iglesia Católica

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Moisés Sánchez Limón

El matrimonio Gutiérrez Müller-López Obrador ha demostrado públicamente el credo que profesa y se asume cristiano, lo que no tendría nada de malo ni muchos menos ilegal o de desencanto con las buenas conciencias, de no ser porque se trata del Presidente de México, es decir, de un Estado laico.

Por supuesto, ha sido evidente que al licenciado López Obrador y a su esposa los tiene sin cuidado que en tres artículos (24, 130 y 131) de la Constitución General de la República, es decir, la ley máxima que regula a la vida política, económica y social de México, se establezca esa división que implica la libertad de credos pero no libera al Presidente del ordenamiento para profesar en público y mucho menos gobernar bajo el concepto de una religión.

No, no se trata de asumir una postura de enfatizada mochería y menos de atávicos cristeros. El México contemporáneo se nutre de conceptos de avanzada y libertades que hasta tiempos recientes se antojaban imposibles, aunque las diferentes iglesias que hay en el país, las variadas religiones que se profesan mantienen conceptos añejos, tradiciones seculares.

En pocas palabras, el Presidente de México está obligado a respetar esa libertad religiosa prevista en la Constitución, hasta en tanto no haya una reforma que aplique el tipo de religión que debemos practicar los mexicanos, aunque ello sería un enorme retroceso en perjuicio de los derechos fundamentales de los mexicanos. En fin.

Así, es recurrente que el señorpresidente advierta que no es cristiano ser corrupto, no es cristiano mentir, y que invoque a la Biblia o advierta que es pecado tal o cual acto y por eso quien los cometa no pueda entrar al templo. Sus conferencias de prensa, en las que nadie le ha cuestionado directa y expresamente esas pinceladas de homilía que tienen mucho del concepto religioso, lindan en el ámbito violatorio de la Constitución.

Reitero: no habría nada de malo de no ser que México es un Estado laico en el que las diferentes religiones pueden ser profesadas mas no invocadas como una forma de gobernar, por más buen samaritano que sea el gobernante.

El hecho es que, aun cuando ha habido en estos tiempos gobernadores, presidentes municipales, políticos e incluso presidentes, como José López Portillo y Vicente Fox, de abierto catolicismo, no se ha levantado denuncia alguna que haya derivado en sanción porque no se prevé en esos niveles y las que han operado en el esquema de las iglesias, lo han sido por la vía de la amonestación o en el extremo la cancelación del registro, cuando se ha incurrido en violación a la Ley de Asociaciones Religiosas, ámbito de la Secretaría de Gobernación.

Por supuesto, en estos meses que ha corrido la gestión del licenciado López Obrador, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero no ha llamado la atención, por lo menos no públicamente, al señorpresidente por su evidente manejo religioso en praxis de gobernar, como se interpreta de alguna manera la repartición de la llamada Cartilla Moral que tendería a estructurar la Constitución Moral.

Y ese es el punto del desencuentro entre la señora Gutiérrez Müller y la Iglesia Católica, que se negó a repartir la Cartilla Moral, que en contraste asumieron las Iglesias Evangélicas, próximas López Obrador quien incluso habría sido ministro, pero es elemental que renunció al cargo mas no a la profesión de fe.

Tema interesante que sin duda el licenciado batearía con la misma displicencia con la que se sacude cualquier sospecha en su contra.

Pero, bueno, el pasado fin de semana la Iglesia Católica desmarcó su colaboración con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y, en tres versiones, rechazó prestarse a distribuir la llamada Cartilla Moral, en una postura de absoluta congruencia que, sin embargo, enojó –por decir lo menos—a la señora Beatriz Gutiérrez Müller, negada a asumir el papel de primera dama pero, en los hechos, desempeña el papel de asesora de primera línea de Andrés Manuel López Obrador, cuando no el de vocera en asuntos que tienen cierto tinte de historia patria.

Como canceló su cuenta de twitter, la señora Gutiérrez Müller respondió, vía Facebook, iracunda a los argumentos esgrimidos por las Arquidiócesis de México, Xalapa y Morelia, aunque todo indica que no leyó las posturas de las dos últimas; la tercera alude directamente a la importancia de que la Iglesia Católica no se preste a servir a un partido político.

A las cinco de la tarde dominical, la señora Gutiérrez Müller cuestionó a la postura de la, en este caso en específico, Arquidiócesis de México, es decir, a la de la Ciudad de México. De haber leído a las de Xalapa y de Morelia, habría entendido en toda su extensión la postura de la Iglesia Católica. Doña Beatriz escribió:

“No, definitivamente, no. No es publicando <<La cartilla moral>> de Alfonso Reyes como se solucionarán los problemas éticos que aquejan a una parte de la sociedad mexicana. Es más: no leyendo tal libro, que hace más de 50 años que se editó por primera vez, como señalan en este editorial.

Arquidiócesis Primada de México, tienen ustedes razón: un textito de un regiomontano católico (por cierto, muy católico) no cambiará la podredumbre espiritual. Sin embargo, en la lógica de su editorial en <<Desde la fe>>, entonces tampoco el Evangelio de Lucas debería reeditarse ni leerse porque tiene una antigüedad levemente mayor que el libro de Reyes. Cada autor aporta valores de su tiempo y nunca debe escatimarse el anhelo de vivir en una sociedad mejor y más amorosa, sea vía una cartilla, epístola o manifiesto publicado o no por el gobierno.

“Leamos a Reyes, leamos a Lucas, a Víctor Hugo, a López de Vega… a un lector crítico, seguramente, ya no le darán gato por liebre. #Valor #Leer”

Irónica y displicente (“un textito de un regiomontano católico (por cierto, muy católico”) la esposa del licenciado López Obrador abrió un flanco más al señorpresidente. ¿Para qué descalificar al clero católico? Es evidente el nivel de enojo que provocó la negativa de la Arquidiócesis de México a repartir en sus templos a Cartilla Moral. Pero hay más de fondo que el simple rechazo. ¿Era obligatorio que los sacerdotes católicos repartieran el texto de marras?

En su editorial, el órgano informativo Desde la Fe, la Arquidiócesis refirió que “en días pasados comenzó la distribución de una Cartilla Moral entre los habitantes del país, un texto recuperado de los años cincuenta, escrito por Alfonso Reyes, en el que se invita a los ciudadanos a dialogar con sus familias acerca de la moral, la ética y los valores que necesitamos para construir una sociedad mejor”.

Lo que seguramente molestó a la pareja presidencial fue esta previsión:

“La creación o manejo de documentos con nombres llamativos, ocupando palabras que después serán devaluadas o manipuladas, o que sean utilizadas para justificar una política pasajera, sólo conducirá a quitarles importancia y peso: terminarán desechadas de nuestro diccionario familiar o usadas sin propósito real. Cuidado, entonces, con el uso de la palabra “moral”, y más cuando a las vistas es anticipo de otro documento que recibirá el nombre de Constitución Moral.

“(…) Imaginar que con un texto típico se solucionen nuestros problemas éticos, sería como mostrarle una receta al enfermo esperando –sólo con eso– su pronta curación”.

Pero el arzobispo de la Arquidiócesis de Morelia, Carlos Garfias Merlos, fue más directo y rechazó que la Iglesia Católica se preste para promover y repartir la Cartilla Moral que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador impulsa como basamento de su Cuarta Transformación.

Puntualizó que “no se puede utilizar la religión para apoyar un partido político, aunque sea el gobernante”.

Y es que, adujo, “usar la religión para un proyecto político, aunque sea bueno, es poner a Dios al servicio del césar reinante, y eso de ninguna manera es moralmente aceptable”.

Con todo, aclaró, “no reprobamos la buena intención de nuestro presidente, de insistir en que el cambio del país depende, en el fondo, de la conversión de las mentes, los corazones y de los comportamientos”. Pero la señora Müller reaccionó congruente con el talante elemental de su marido: descalificar a quienes no estén de acuerdo con él. ¿Procede? Digo.

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