Si me permiten hablar

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No estoy de acuerdo

Ana Celia Montes Vázquez

Así es. Sencillamente no estoy de acuerdo en que las mujeres se manifiesten así, con violencia y desorden como sucedió el pasado lunes 8 de marzo en nuestro México lindo y querido, concretamente en la Ciudad de México, y más concretamente en el Centro Histórico.

Sí, estoy de acuerdo con que toda persona en nuestro país manifieste su pensamiento, punto de vista o devoción en cumplimento con su libertad de expresión consignada en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como la plena libertad de tránsito. En otras palabras, cualquier individuo en nuestro país, sea o no de nacionalidad mexicana, puede manifestarse y recorrer el territorio, decir lo que piensa y hasta plantarse en el Zócalo, el corazón político e histórico de nuestra nación, frente del Palacio Nacional, sede del poder ejecutivo.

No estoy de acuerdo con que esos contingentes de feministas, mujeres y hombres destrocen y agredan desacreditando cualquier movimiento legítimo. Llegado a este punto debo puntualizar que el Día de la Mujer se instituyó el 8 de marzo conmemorando a mujeres mártires estadounidense –of course–, quienes fueron reprimidas por exigir mejores condiciones laborales.

No se trata de una fecha para celebrar ni para felicitar, sino para recordar y reflexionar sobre los derechos de las féminas en cuestión de equidad y seguridad laboral, y a una vida libre de violencia por razón de género, es decir, por el solo hecho de ser mujeres.

Todo lo anterior suena muy bien y hasta políticamente correcto y necesario en una sociedad que, estando en pleno Siglo XXI, sigue violentado a las representantes del segundo sexo en palabras de Simone de Beauvoir, una de las primeras escritoras feministas. Sin embargo, en ninguno de estos interesantes postulados está el que las mujeres deban asumir actitudes machistas, revanchistas y violentas a tal grado de convertirse en feminazis, esa caricatura del imaginario colectivo que ubica a las feministas ultras que comenten actos de vandalismo con completa impunidad agrediendo, incluso, a otras mujeres que también cumplen con su trabajo, como es el caso de las mujeres policías.

Y tampoco estoy de acuerdo con esas lamentables imágenes mostrando una y otra vez a embozadas enardecidas martillando y pintarrajeando monumentos históricos, amén de teléfonos públicos, comercios, bancos, estaciones de Metrobús y ni qué decir de cuanto muro y valla metálica que se encuentren a su camino. Por esto, cuando algunas personas me preguntan si soy feminista categóricamente respondo no, porque no me identifico con acciones destructivas y menos todavía con culpar a los hombres de todos los males que aquejan a las mujeres, como si no fuéramos todos parte de una misma sociedad y compartiéramos el espacio y las responsabilidades.

Mucho menos estoy de acuerdo con esos paros nacionales sin mujeres, convocados por colectivos feministas no muy bien identificados. Estoy de acuerdo con que se visibilice la violencia hacia el sector femenino invisibilizándolo y cada quien tome su decisión de encerrarse en su casa o no hacer compras por ningún medio, pero de eso a que me guarde en la discreción de mi hogar porque alguien lo dice nomás por considerar a rajatabla que así debe ser y ya y quien no lo haga traiciona, pues entonces se cae en una intolerancia muy parecida a ese Estado violador como denominan al orden público.

Y, si me permiten hablar, más bien todo esto me parece un mecanismo sofisticado que en el fondo pretende medir hasta dónde puede acalambrar al actual régimen, pues no se me hace muy heroico el llamar a quedarse en casa cuando todavía estamos en emergencia sanitaria, por cierto.