Si me permiten hablar

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¿¡Caminito de la escuela!?

Ana Celia Montes Valdés

Así, con sendos signos de interrogación y de admiración quedaron muchos capitalinos y hasta provincianos ante el reciente anuncio de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, relativo a que esta urbe regresará a las aulas escolares el lunes 7 de junio, o sea, justo un día después de la elección intermedia, la hasta ahora más grande la historia. La cuestión es que faltan poco menos de tres semanas para ese feliz acontecimiento constituyéndose, por ende, una noticia que superó la capacidad de asombro de varios sectores de la sociedad mexicana.

Casi inmediatamente después de que el presidente don Andrés Manuel López Obrador anunciara en una de sus mañaneras que en la segunda semana del ya próximo mes de junio podría ser el regreso a clases la doctora Sheinbaum hizo lo propio cual si hubiera recibido la orden, suscribiendo lo también dicho por el Jefe del Ejecutivo en el sentido de que a pesar de faltar un mes para las vacaciones de verano por el cierre del ciclo escolar, será tiempo suficiente para que los estudiantes de todos los niveles del sistema educativo nacional se pongan al corriente y vuelvan a socializar y ser felices, así que ya instrumentó los tequios, esos trabajos comunitarios para remozar y limpiar las escuelas, medida que está muy bien porque implica la colaboración de autoridades, paterfamilias, vecinos y quienes deseen incorporarse.

Cabe enfatizar que esta medida está en mucho motivada por la reciente vacunación del personal docente (maestros y administrativos) de escuelas públicas y privadas, pero persisten varias interrogantes en torno de qué tan factible será el retorno a las aulas de miles de alumnos en tiempos de coronavirus, porque, si la memoria no me falla, cuando concluyó la Jornada Nacional de Sana Distancia –con todo y heroína incluida— y se plantearon los semáforos como medidores la actividad escolar sería la última en regresar estando por lo menos tres semanas en verde.

Porque también lo tengo presente, el que estemos en semáforo verde no implica que el coronavirus esté fuera de nuestra vida. Se trata de qué las actividades económicas y sociales puedan llevarse a cabo, pero en ningún momento se contempla el dejar de usar cubrebocas, el gel sanitizante y, ojo, el distanciamiento social entendido como quedarse en casa el mayor tiempo posible. El semáforo en verde también se refiere a la capacidad hospitalaria, o sea, que hay camas e instrumentales suficientes para atender casos de contagios. ¿¡Contagios!? Claro que sí, con todo y la vacuna. Y llegado a este punto también cabe tener muy presente que la vacuna, sea de una o dos aplicaciones, china, rusa o estadounidense, no garantiza que no seremos presas de COVID-19; de darnos sería más leve en todo caso.

En fin, el caso es que si bien muchos padres de familia están de plácemes por regresar a sus pimpollos a la escuela después de quince meses de encierro hay otros muchos que se están tronando los dedos. ¿La razón? Porque también regresarán los embotellamientos y demás lindezas del caótico tránsito capitalino en las mañana y a medio día a lo que agregaría que no sólo regresan los alumnos y maestros, también el personal administrativo, el de limpieza, el de vigilancia y seguridad y hasta el de los refrescos, tortas y botanas, así que serán verdaderamente multitudes las que estén en la calle. ¿Y si hubiera casos de contagio, aunque sea uno solo? Se cierra la institución quince días y todos los gastos de sanitización y la reorganización de horarios no habrán servido de nada.

Y ya para concluir, también sería interesante saber cómo se instrumentarán las clases presenciales con las dadas a distancia que la misma Jefa de Gobierno especificó que seguirán. Y todo eso en un menos de tres semanas.