Ciudad de México.- Existen 50 millones de vehículos motorizados en México correctamente verificados en 2021, según INEGI, con 30 millones correspondiendo a automóviles particulares.
Los automóviles son útiles al realizar trayectos específicos que no cubren la red de transporte público, para desplazar objetos pesados y para el transporte de personas con problemas de movilidad. Pero su uso masivo y generalizado provoca congestión vial en las grandes ciudades y contribuyen al aumento de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), como el monóxido de carbono (CO), dióxido de carbono (CO2), óxido de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2).
Miguel Ángel Santinelli, director de la Facultad de Responsabilidad Social de la Universidad Anáhuac, explica que existen dos tipos de fuentes de contaminación atmosférica: las fuentes fijas, que se refiere a la industria, generada desde los hornos y calderas, y las fuentes móviles, que corresponde a las emisiones que generan los medios de transporte, como aviones, barcos, trenes y vehículos motorizados.
Al hablar de contaminación atmosférica causada por automóviles se debe aclarar que existen dos principales tipos de emisiones: los que contribuyen con el Cambio Climático (GEI) y el material particulado (PM), que contienen metales pesados como plomo.
La industria automotriz es responsable del 18% de las emisiones globales de GEI a nivel mundial, de acuerdo con un estudio elaborado por Greenpeace en 2019. Estos gases van directo a la atmósfera y causan un efecto invernadero, aumentando la temperatura en la Tierra. El PM, presente en el humo liberado por el tubo de escape, se encuentra suspendido en el aire de algunas zonas metropolitanas, como el Valle de México, donde representa hasta el 60% de la contaminación total aérea. De acuerdo con un estudio elaborado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas en 2018, más de 34 millones de personas en el país están expuestas a la mala calidad del aire.
La gran cantidad de óxido de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2) liberado durante el uso de vehículos de combustibles fósiles provoca lluvia ácida, que contiene pequeñas cantidades de los compuestos mencionados. Este tipo de lluvias dañan cultivos y contaminan cuerpos de agua, al disminuir su pH, afectando a la flora y fauna del lugar.
Gracias a que funcionan principalmente con energía eléctrica en vez de combustibles fósiles, los automóviles híbridos y eléctricos reducen sus emisiones hasta un 17% en comparación de las 4.6 toneladas de CO2 anuales liberados por un vehículo convencional, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. En cuanto a las emisiones dañinas para la salud, la Agencia Europea del Medioambiente señala que estos automóviles generan la mitad de contaminantes particulados a comparación de un vehículo que funciona con gasolina.
Sin embargo, estos vehículos también emiten CO2 de forma indirecta en sus fases de producción (51%) y de carga eléctrica (49%), por las emisiones generadas en la producción de electricidad. Además, si el manejo de las baterías al final de su vida útil no se lleva a cabo con cuidado, termina siendo un problema serio de contaminación ambiental, advierte el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM.
En 2020, se comercializaron 24,405 vehículos híbridos, híbridos conectables y eléctricos, un 3.6% del total de vehículos ligeros que se vendieron ese año, de acuerdo con la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA), y se espera que para el 2040 el 78% del parque vehicular esté constituido por automóviles con tecnologías amigables con el Medio Ambiente.
Sin embargo, Santinelli señala que es importante que la generación de energía que utilizarán estos automóviles no venga de combustibles fósiles, porque solo se trasladaría la contaminación de fuentes fijas a fuentes móviles, pero es exactamente la misma cantidad de GEI. En este caso, señala que es importante que la iniciativa privada se coordine con el gobierno para que la energía que se utilice en estos automóviles sea obtenida a partir de fuentes renovables (solar, geotérmica o eólica).
En México, las políticas urbanas y de transporte suelen favorecer y fomentar el uso de automóviles, afectando al resto de la población que no posee vehículos propios y depende del transporte público para movilizarse en las grandes ciudades.
Desde 1989, en la Ciudad de México se implementó el programa Hoy No Circula en la Ciudad de México, limitando los días en que podían transitar los automóviles particulares para incentivar el uso del transporte público. No obstante, un informe del Centro Mario Molina de 2014 mostró que el parque vehicular aumentó un 3%.
La construcción de segundos pisos y viaductos es usada para aliviar la congestión vial, pero lejos de solucionar el problema, lo agravan a mediano plazo. Por ejemplo, a partir de la construcción del segundo piso en Periférico, el tráfico vehicular incrementó un 34% de acuerdo con la Coalición Cero Emisiones.
Una acción que podría aplicarse en la Ciudad de México podría ser escalonar los horarios de trabajo, comenta Santinelli. De esta manera se reduciría el congestionamiento vial habitual en la capital mexicana, con varios beneficios, como la reducción de la contaminación atmosférica, ahorro de tiempo al momento de trasladarse de un lugar a otro y reducción en las enfermedades respiratorias de la población.
Antes destinadas a ser un juguete para niños, las bicicletas se han vuelto un ejemplo de transporte ecológico. En la Ciudad de México comenzó a extenderse la red de ecobicis (sistema de bicicletas compartidas) y las ciclovías (carriles paralelos a las arterias principales de circulación). Sin embargo, la falta de una verdadera cultura vial pone en riesgo a las personas que se transportan en bicicleta. Tan solo en el 2020 se reportaron 685 ciclistas lesionados en accidentes vehiculares según la Confederación Patronal de la República Mexicana de la Ciudad de México.
Reducir el uso de vehículos particulares y sustituirlos por transporte público seguro, amplio y eficaz es medida que reduciría las emisiones contaminantes considerablemente. Mientras que en un automóvil viajan máximo 5 personas, en un autobús lo hacen cerca de 45.
El uso del transporte público se manifiesta en una reducción de hasta el 95% de monóxido de carbono (CO), 90% de compuestos orgánicos volátiles, 50% de CO2 y 50% de óxido de nitrógeno (NOx) por cada 1.6 kilómetros recorridos, en comparación con los vehículos particulares, de acuerdo con la Coalición Cero Emisiones.
El caso del Sistema de Transportes Eléctricos (STE), un organismo público descentralizado, es el ejemplo más conocido de transporte público que busca reducir las emisiones de GEI. Se encarga de operar el Metro, el Tren Ligero, el Metrobús, el Trolebús y recientemente el Cablebús, del que se espera que en su primer año mitigue unas 7,720 toneladas de CO2 y que permitirá reducir el tiempo de traslado de una hora y media a 33 minutos.
Sin embargo, el derrumbe de la Línea 12 que ocurrió el lunes 3 de mayo del año 2021 hizo evidente la necesidad de un constante mantenimiento para que este tipo de transportes operen en óptimas condiciones.
Por esto es necesario que los sectores del gobierno y la industria automotriz realicen acciones que vayan más allá de proponer usar automóviles eléctricos, usar menos los automóviles convencionales o construir más vías publicas, sino que se requieren modelos más amigables con el medio ambiente.