Moisés Sánchez Limón
La gloria etérea de los periodistas; la fama que corre como el agua y se olvida. Reporteros que han servido y sirven al espejo de una singular Maléfica que pregunta todos los días: Espejito, espejito ¿quién gobierna mejor?
Así ha sido la comunicación del gobierno, del sector público en sus tres niveles, apuntalada en el ritual de promover figuras y, en segundo lugar, las obras, las tareas responsabilidad de los políticos que todos los días aspiran a verse en primera plana y escucharse y verse en los medios electrónicos y, hoy, en las redes sociales, en las páginas digitales, como hacedores del milagro de servir.
¿Por qué Enrique Peña Nieto se ha quejado recurrentemente de que no se habla de las obras de su administración? La Respuesta está en la síntesis de información que todos los días obligadamente le deben entregar de su oficina de prensa. Ahí aparecen, en primer término, los nombres de sus colaboradores, funcionarios y políticos declarantes; en segundo término las obras.
“No te pago para que me pegues”, fue la premisa del entonces presidente José López Portillo y Pacheco en esa su relación con la prensa, una sutil recomendación que conllevó a la autocensura y el comedido aplauso hacia el gobernante, del político en los medios de la época de las vacas gordas, en contraste con los kilométricos discursos pagados a lo que diera por el área de prensa de Luis Echeverría Álvarez, para aparecer como el salvador de los desvalidos. Los medios de comunicación tuvieron un trato que lindó en la complicidad.
Y los dueños de los grandes consorcios de la comunicación, la televisión y los noticiarios en la radio y los llamados periódicos grandes y “nacionales” porque circulaban en todo el país, hicieron fortunas que pensaron eternas. Y la mecánica no cambió porque el ritual de Maléfica se ha cumplido puntualmente.
¿Y la información, los contenidos? Eso ha sido lo de menos.
Pero la globalidad devino en la formación de nuevas generaciones ávidas de información, un retomar los contenidos de los grandes reportajes de denuncia, las crónicas despojadas de línea e indiscretas como elemento formativo de opinión, contundentes, sin caer en esos extremos de los descubridores del hilo negro, eso que llaman periodismo de datos o que asumen banderías porque es lo de moda y se dicen morenos. ¡Ah!, la amnesia selectiva.
Ocurre que, ciudadanos críticos al fin, con ausencia de la pluralidad informativa en los medios que se convirtieron en órganos de difusión y promotores de figuras, de famas públicas, protestaron contra un sistema que se agotó sin entender que la actividad política va de la mano de la información como paradigma de la transparencia y la rendición de cuentas. Y los brujos perdieron nuevamente el poder, asidos a un pasado que es anacrónico,
Informar, comunicar el ejercicio de gobierno, mas no al que gobierna con el ánimo de convertirse en héroe, o convertirlo en el hacedor de milagros.
Hoy, la discusión se centra en la apuesta de lo que se avecina en la comunicación social del gobierno que formalmente se instalará y ejercerá el poder político a partir del 1 de diciembre próximo. La desaparición de oficinas de prensa y de la publicidad oficial, son parte toral de esta discusión que avista desaparición de medios de comunicación y el elemental desempleo galopante en el gremio periodístico.
Pero, lo importante estriba precisamente en el punto de la transparencia y la rendición de cuentas del aparato de la comunicación pública, la del gobierno que se avecina y cuyo adelanto ha sido el anuncio de una nueva mecánica, acaso una política de comunicación pública que sin ser ampliamente explicada ha generado zozobra y nerviosismo en los llamados grandes medios de comunicación, éstos que han disfrutado de la tajada del león del presupuesto destinado a la comunicación gubernamental.
Porque, mire usted, los medios que se quedaron en segundo plano en esto de las partidas publicitarias o aquellos que, fueron arrumbados en el último espacio por considerar que no tienen penetración alguna, cual ocurre con las páginas o diarios digitales, en muchos casos tienen mayor número de lectores que cualquiera que se llama “nacional”.
¿Van a desaparecer las oficinas de prensa? Ese es otro punto que no ha sido explicado plenamente, aunque lo que debe ocurrir con esas áreas es que, en lugar de desaparecer, sirvan en estricto sentido de comunicar e informar, promover que sus cuadros sean personal altamente calificado y con experiencia en la comunicación, no en el cuatachismo de las relaciones públicas y mucho menos en la asignación preferencial de publicidad costosa, desgastante sin resultados.
Por ejemplo, ¿a quién se le ocurrió que, para poder dar una pauta publicitaria a los medios digitales, éstos tienen que contar con tarifas selladas por la Secretaría de Hacienda? Esta fue una vía para controlar a los periodistas dueños y directores de diarios o páginas digitales y, por supuesto, para otorgar jugosas partidas a periodistas afines, a los cuates que forman esa pléyade dizque formadora de opinión.
Pero, bueno, la veta se agotó. Y, por ejemplo, en el Senado de la República, consecuencia de la invocada austeridad pero igual en la estrategia de una nueva política de comunicación, se cancelaron las pautas de publicidad, hasta el año que entra, con el objetivo de transparentar el gasto y determinar cuánto toca de subsidio a cada medio de comunicación, en el entendido de que son empresas de interés social.
Veamos. Hoy, cada comisión senatorial, las 44 instaladas mientras en la Cámara de Diputados buscan consensos, hay una dinámica y estrategia de comunicación social. Y si se trata de transparentar, la pregunta es ¿por qué no subsidiar a la prensa y que se sepa abierta y públicamente cuánto recibe cada medio de comunicación para cumplir con su tarea de informar y divulgar contenidos, no famas públicas?
Dejémonos de calificativos y de manejos subterráneos. Si el nuevo gobierno y los otros dos Poderes de la Unión están obligados, por ley, a comunicar y pretenden instalarse a la par de las democracias contemporáneas, bien harían en imitar, por ejemplo, a Francia, donde se subsidia a los medios de comunicación y los franceses saben, por citar un caso, cuánto recibe Le Monde del gobierno de Emmanuel Macron.
Y es que, si se considera a los medios de comunicación como empresas de interés social, bajo el esquema europeo, estarían obligadas a cumplir con su función de comunicar, ser transparentes y no espejos de Maléfica para recibir jugosas partidas publicitarias que nada tienen de equidad y sí mucho de perversa relación prensa-gobierno.
Esta debe ser la base para la próxima administración federal. Comunicación es gobernabilidad, porque con publicidad a modo no se gobierna y menos en esa prohijada inequidad. El mensaje que implica la transparencia, es que los medios de comunicación sirven a la sociedad, no al gobierno, No se construyen espejos de Maléfica para gobernar. Conste.
www.entresemana.mx
@msanchezlimon