Entresemana

“Así lo recibimos”

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Moisés Sánchez Limón

Abierta parcialmente al público, más que al que Andrés Manuel López Obrador ha llamado pueblo sabio –el que votó por él, por supuesto– la residencia presidencial de Los Pinos, registra un constante flujo de visitantes que intercambian comentarios, ya de sorpresa que de ofendida condición personal por observar y enterarse del que algunos consideran lujo excesivo, con el que vivían los presidentes en turno en las casas construidas a modo en ese espacio del rumbo del bosque de Chapultepec, en la que fue Hacienda de La Hormiga.

Y mire usted que en cada uno de los letreros que aluden lo mismo a la recámara presidencial, en la Casa Miguel Alemán que en la oficina que, con absoluta certidumbre refiere el anuncio orientador, el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río pensó y redactó las líneas del decreto de la expropiación petrolera y la entrega de millones de tierras a los sintierra, se lee: “Así lo recibimos”.

En efecto, así recibieron los administradores de este espacio residencial que se denomina Los Pinos, por cierto custodiado por elementos de la Policía Militar y jóvenes civiles que orientan y ordenan a los visitantes por dónde caminar y no entrometerse en espacios que en realidad nada tienen de especial ni secreto.

Pero, en el alto mando del primer círculo de Andrés Manuel López Obrador, ungido Presidente de la República hace 41 días, no pueden presumir en este momento que “así recibieron al país”, porque en ese breve tiempo con una tendencia que venía desde los días más crudos de la campaña electoral, al país le han variado ofensivamente la pretendida esencia del cambio aterciopelado.

Sí, el 1 de diciembre de 2018 no hubo gritos ni sombrerazos, ausentes los grupos de anarquistas que seis años atrás provocaron al Ejército y a la Policía Federal, en una bravuconada al entrante presidente Enrique Peña Nieto, en el Palacio Legislativo de San Lázaro corrió la ceremonia de la unción de López Obrador en un ambiente de sobrado aburrimiento.

En la residencia oficial de Los Pinos los vestidores de las recámaras presidenciales lucen brillantes, sin brizna de polvo; la amplísima cocina sin enseres, por supuesto, más parece un limpísimo quirófano, en tanto las salas de juntas de gabinete o las de espera y el llamado búnker de paredes recubiertas de aislante de ruido y hasta la sala de cine con cómodos sillones de espacio VIP.

Así la recibieron los nuevos dueños del poder en México: limpia y dispuesta a ser auscultada por visitantes nacionales y turistas extranjeros. Analizada por estos simpatizantes de López Obrador que acusaron la ausencia de libros sin conocer cómo estaban los estantes de las bibliotecas de las casas de este espacio enorme, o que acusaron robo de obras de arte en una prisa por llevar a picota a los anteriores inquilinos.

Pero, al país que recibieron el 1 de diciembre lo han comenzado a desmantelar en su estructura institucional merced al voluntarismo de un hombre que se ha gastado la vida en busca de llegar al máximo cargo de elección popular en México y, cuando lo logró, no sabe cómo se gobierna, carece del tamaño de un estadista y se entretiene con dichos muy suyos como si el país se gobernara por mis cojones, que es finalmente una de las traducciones del me canso ganso.

Sí, la residencia presidencial de Los Pinos tiene sus asegunes, como en su momento lo acotó cada inquilino con su familia, con sus voluntades como la de construir una residencia de pedigrí, la que pidió Miguel Alemán Valdés porque la anterior, la Lázaro Cárdenas era muy pequeña para recibir a visitantes distinguidos, o la cabañita acogedora, según confesó Marta Sahagún Jiménez en su momento al espacio donde dormía su entonces jefe y luego marido Vicente Fox Quesada.

No obstante, han sido medidos y específicos los voluntarismos para decorar o hacer cambios en esa residencia que el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador desdeñó para vivir porque ofendía a sus convicciones de austeridad juarista, aunque Benito Juárez nunca vivió en la medianía.

Así la recibieron, pero al país que recibieron con sus bemoles de violencia, inseguridad, corrupción y diversidad cuando también enorme pobreza, no le han hecho más que sumirlo en la zozobra, en el enfrentamiento de buenos y malos, de llenarlo de expectativas que tienden más a la oscuridad aderezada con la galopante impunidad que López Obrador maquilla con la gracejada, la frase del chistorete, la burla y la difamación, la descalificación y el insulto hacia los periodistas.

De esa decisión de echar al bote de la basura la avanzada obra del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que a los mexicanos costará pagar hasta el año 2040, cuando Andrés Manuel dijo implicaría un ahorro de cien millones de pesos, se suma esta pésima estrategia del combate al huachicol que tiene tantas aristas como sospechas derivadas del dizque accidente aéreo en el que perdieron la vida la gobernadora de Puebla, Martha Érika Alonso Hidalgo y su esposo Rafael Moreno Valle Rosas.

Al país no lo recibieron así hace 41 días.

Del insulto y la sospecha de componendas al perdón ofensivo que tiene tufo a impunidad como se respira en ese apoyo del dirigente del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps, el mismo que fue cuestionado y del que se tiene un número no cuantificado de demandas, incluidas las del orden penal, pero que el coordinador de los diputados federales de Morena, Mario Delgado, ha ponderado, se desprende todo lo que usted quiera pensar respecto de acuerdos bajo cuerda.

Sí, como está hoy recibieron a la residencia presidencial de Los Pinos, por aquello de que falte o sobre algo. Pero al país que hoy vivimos no lo recibieron así, en la ruta de una severa crisis. ¿Y el crimen organizado y los huachicoleros y los funcionarios enriquecidos con ese saqueo a Pemex, incluido el dirigente sindical prácticamente exonerado? Bien, gracias. Insisto, Presidente, ¿por qué le tiembla la mano? México no se merece ser gobernado con chistoretes y voluntarismos. Digo.

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