Moisés Sánchez Limón
Entre la muchedumbre que se envalentonó cuando el líder cayó desde el Olimpo en ruta hacia la mazmorra de la maledicencia, la voz de Ricardo Monreal confirmó y reseñó el escenario que se anunció desde el mismo momento en que el Instituto Nacional Electoral gritó el resultado de la contienda presidencial del domingo 1 de julio de 2018.
“Me parece –dijo el senador que suele ser Heraldo de Palacio– que es una decisión personal del secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana.
“Creo que era de esperarse desde hace varios meses. Hay un cambio de régimen en el país, en donde se han expresado distintas opiniones. Yo al menos, creía que iba a ocurrir hace ya tiempo”.
Cauto, civilizada postura del quehacer político, evitó incurrir en esa praxis del murió el rey viva el rey. Sabía, sin duda sabía y lo confirmó en esta charla de inicio de semana con el señorpresidente López Obrador, del desenlace de esa tormenta que se anunció tímidamente y finalmente devino en estruendo que, fíjese usted, no cimbró nada ni conmovió a nadie.
“(…) nosotros no vamos a hacer leña del árbol caído, si hay alguna responsabilidad a la que él se deba de someter. Debe de hacerse, cuidando en todo momento la presunción de inocencia y el debido proceso”, acotó Monreal Ávila en la previsión de lo que puede ocurrir y que ansían suceda muchos de aquellos que se sirvieron de ese sistema que antes del 1 de diciembre del año pasado ya se había ido y dejado la estela de azufre, convencidos de que en adelante serían los villanos favoritos, demonios de la corrupción, pingos asociados al interés neoliberal que los nuevos tratarían de explicar pero, como se nota, sólo han logrado enmarañarse en futurismos con la vista puesta en el retrovisor.
Romero Deschamps fue cayendo poquito a poco, en pedacitos, en trocitos de escándalo, de filtraciones que lo ofrecieron desprovisto de rubores con el reloj de oro macizo en la siniestra mientras la bebida preparada blandía en la diestra a la orilla de la alberca de la lujosa suite y él con lentes oscuros y sonrisa plena luciendo la camisa hawaiana de hilo egipcio. ¿Hay de otras?
Romero Deschamps observó desde hace rato cómo se desgajaba su imperio y cómo, impúdicos hijos de papi rico, su hija se paseaba en el jet privado y el hijo en el carrazo de ¿un millón de dólares?, ¡dó-la-res!, ofensa para los pobres-pobres de este país que hoy aspiran a sacar cabeza con la oferta de los nuevos prohombres del poder de verdad, que les cumpla el licenciado López Obrador una vez que declaró las exequias del neoliberalismo.
¡Ah!, esos días de vino y rosas. Cuánto se lamentó Joaquín “La Quina” Hernández Galicia, desde prisión y en libertad, incluso hasta sus últimos días, de la maldita hora en que subió a su primer círculo a quien vendía tacos afuera de la refinería de Ciudad Madero, al que le sirvió de chofer y le hacía favores a Salvador Chava Barragán, aquel ostentoso secretario general del sindicato petrolero que cayó en enero de 1989 junto con él; Chava, sí, Chava que llevaba una fortuna en alhajas en su automóvil cuando lo pepenaron los federales y llevaron directo a chirona.
Quién se imaginaría que al profesor Sebastián Cabrera sucedería Romero Deschamps, por orden de Carlos Salinas de Gortari en el liderazgo del STPRM hasta que ayer el nuevo sistema lo echó del poder porque, subrayó Ricardo Monreal, “el país está viviendo una transición, no una alternancia, y el Presidente de la República, como titular de uno de los poderes (el Ejecutivo), es un hombre que cree en el combate a la corrupción a fondo y que cree en la cero impunidad. Entonces, con él es muy difícil que alguien se escape”.
¡Ah!, los nuevos tiempos. ¿De justicia o justicieros? La historia apenas se escribe, recién ha comenzado a hacerse en la consecuencia del slogan de campaña del prócer que hoy se llama sorprendido por lo que ocurre en estos linderos del cobro de facturas, porque las huellas que han dejado los evidencian.
Porque Santiago Nieto no es monaguillo ni niño gritón de la lotería, porque es el sabueso, con todas las de la ley, que sabe hacer su chamba y hurga en expedientes y lee fojas y más fojas y de la hebra saca madeja. Y mire usted cómo no lo han de saber Rosario Robles y el ambicioso ex director de Pemex, Emilio Lozoya Austin, y el abogado Juan “Colli” Collado a quien le congelaron millonaria cuenta en Camberra, en euros, sí, en euros.
Así, señoras y señores, conocida la obligada decisión de Carlos Romero Deschamps de renunciar a la dirigencia nacional del Sindicato Petrolero de la República Mexicana, alguna vez llamado Sindicato Revolucionario, se desató la misma reacción de las mismas conciencias de los mismos que se asumen justicieros de los mismos estancos del poder político.
Todo el mundo se consideró libre de esparcir impunemente adjetivos y descalificar al que fuera poderoso y respetado dirigente sindical, sí, respetado aunque fuera por obligación y hasta beneficio propio, personal y de grupo, por el simple pero sustancial hecho de haber crecido y encumbrado en la estructura del invencible Partido Revolucionario Institucional, éste instituto político al que hoy se le trata como enfermo terminal cuando no caído en desgracia y apestado.
Ha caído del poder uno de los intocables, personaje de la novela que no acaba de ser escrita.
¿Por qué me pegas?, me preguntó un mediodía soleado frente a la playa de Ciudad Madero el entonces poderosísimo dirigente petrolero cuyo alias llamaba a respeto, obligado respeto. La Quina me golpeaba en el estómago con el puño cerrado, golpes leves pero secos mientras me preguntaba-reclamaba por qué le pegaba, es decir, por qué lo criticaba cuando era el intocable de esos tiempos, mediados de la década de los 80.
–No le pego—respondí.
–Sí, me pegas, no me pegues, qué ganas con pegarme—refería La Quina. Mario Cedeño me había advertido de esa mecánica del líder petrolero: crear temor.
Por esos tiempos, el publirrelacionista de Chava Barragán igual me reclamó insolente por qué criticaba a su jefe. “Chava está molesto y ya te acusó con el licenciado Ealy”, me refirió en la amenaza de perder el empleo. Era reportero de El Universal y salí del diario, años después, por otras razones. Pero era el tiempo de los intocables.
Hoy dice Monreal: “No me pareció extraño (la renuncia), yo pienso que es normal, es natural. Así son los procesos de transición política, como éste que está viviendo México y que es una situación inédita en la historia del país. Es (algo) natural y deseamos que continúe adelante la República y el Sindicato pueda también fortalecerse y recrearse, regenerarse con nuevos liderazgos en el mismo”. Se fue un intocable. Vendrán otros. Digo.
@msanchezlimon