Entresemana

10 de junio no se olvida

501

Moisés Sánchez Limón

Llegaste antes del mediodía al CCH Naucalpan. Los compañeros andaban en los preparativos para ir a la marcha.

Por ahí Daniel Benítez Gordillo, Joaquín Ulloa Ponce, Jorge Tamayo y su tocayo Jorge Cázares, David Tarango, Patricia Chaires y María Eugenia Gómez Ríos, entre otros compañeros cecehacheros en esos días de natural rebeldía, contestatarios, marxistas con El Capital bajo el brazo pero rockeros de hueso colorado.

Había tensa calma, aquel jueves de Corpus, 10 de junio de 1971. En el Metro más vigilancia de la normal. Desde la estación Moctezuma y luego el transbordo en Pino Suárez hasta la terminal Tacuba, no había muchos usuarios; no tantos entonces como en estos tiempos de explosión demográfica desmesurada que atiborra al transporte público.

La convocatoria había sido expresada en pintas en los camiones, en bardas y en el volanteó elemental, de voz en voz. Y te anotaste con los compañeros para llegar puntuales a las cuatro de la tarde al Casco de Santo Tomás. Un camión de la ruta Tacuba-Los Remedios-Armas desvió su ruta y se encaminó hacia la calzada México Tacuba, por ahí de las dos y media de la tarde, azuzado su chofer por los muchachos que lanzaban consignas.

¡Presos políticos libertad! ¡Autonomía, autonomía!, porque la marcha anunciada del Casco de Santo Tomás a la Glorieta de El Caballito, entonces instalada en la confluencia del Paseo de la Reforma, Avenida Juárez y la calle de Rosales, que luego se convertía en Bucareli, tenía como fundamento la exigencia de libertad de los presos políticos que permanecían desde el 68 y otros que la represión gubernamental apañó in fraganti, varios de ellos ya como miembros de la guerrilla urbana.

Además, parte central, la defensa de la autonomía universitaria en el estado de Nuevo León, en específico en Monterrey, donde las movilizaciones estudiantiles rechazaban la renuncia del gobernador Eduardo Elizondo Lozano, relevado en el cargo por el diputado Luis Marcelino Farías, de profesión locutor.

Tu tía trabajó con este gobernador y lo respetaba; tú no lo conocías, pero en las consignas igual protestabas junto con los cecehacheros por su imposición, porque con ello el presidente Luis Echeverría Álvarez pretendía acallar protestas. Un regiomontano  en una solución político mediática, como luego otro regiomontano, el entonces regente, jefe del Departamento del Distrito Federal de esos años, Alfonso Martínez Domínguez, fue renunciado por Echeverría para pagar los platos rotas, la matanza de estudiantes ese Jueves de Corpus.

Pero qué diablos ibas a saber de política de las ligas mayores en esos días de adrenalina porque ir a una manifestación no era enchílame esta gorda, porque las manifestaciones estaban prohibidas; había que pedir permiso para marchar y la regencia negó la autorización para la marcha, además tenía el operativo aceitado para reprimir.

¿Derechos humanos? Granaderos, soldados, halcones, agentes de la Policía Judicial y del llamado Servicio Secreto, estaban prestos para madrear estudiantes, matar si era necesario. Reprimir, reprimir. Y tú ibas con la banda del CCH Naucalpan, chavas y chavos, alumnos predilectos de los jóvenes maestros que eran pasantes o recién titulados de las diferentes carreras impartidas en la UNAM.

Lo mismo Manuel Topeka que Miriam, él maestro de Textos Clásicos, ella de matemáticas y, como el resto de sus colegas, politizados y sugerentes del “Dos de Octubre no se olvida”. Entonces, tú y la banda del tercer turno, con la participación de otros del segundo turno, los del cuarto poco participaban porque la mayoría trabajaba.

¡Vaaaamonos al Casco! Fue el grito que urgió a la toma de autobuses de la México-Huixquilucan; los choferes no repelaban, se habían acostumbrado, en los pocos meses de funcionamiento del Plantel Naucalpan del Colegio de Ciencias y Humanidades, a transportar a la chaviza hasta a los partidos de futbol americano en el estadio México 68 en Ciudad Universitaria.

¡Vámonos al Casco! Y entre bromas y la seriedad de la demanda ¡presos políticos, libertad! Con la defensa de la autonomía universitaria en Monterrey, porque era advertencia para la UNAM, enjundioso te sumaste con Patricia Chaires y creo también Mercedes Carpio y Ana María Sánchez Lujano y Cristina y María Eugenia y Ulloa y Croker y Daniel Benítez al enorme contingente que se congregaba afuera de una de las escuelas del Casco de Santo Tomás, campus del Instituto Politécnico Nacional.

Alguien te dijo que terminaras de pintar la enorme manta con el estilizado rostro del Ché Guevara, con brochazos de rojo y negro la concluiste y los responsables la enhiestaron y te dieron tu brazalete rojo, que identificaba a los responsables de guardar el orden. También te entregaron un paquete con propaganda.

Y comenzó la marcha, pero a los pocos minutos se detuvo. ¡Compañeros, compañeros! ¡Calma, calma! ¡No caigan en provocaciones! ¡No caigan en provocaciones! Y se corría la voz a lo largo de la enorme columna colmada de estudiantes.

¡Prohibieron la marcha! ¡Quieren que nos dispersemos! Y oteabas al frente y veías cómo se agitaban las mantas y la adrenalina te punzaba en las sienes y te sudaban las manos pero junto con los muchachos y las muchachas que ya no eran de tu grupo, aguantabas el nervio y esperabas la orden que llegara del frente.

Pero, de la cabeza de la manifestación llegó la escena de la refriega frontal. Jóvenes de evidente clase proletaria, armados con varas de kendo y pistola en ristre, unos incluso con metralletas, atacaron a la columna y comenzaron a caer estudiantes. Desde las azoteas contiguas a la avenida de los Maestros, en las calles que daban hacia Instituto Técnico que al norte se transformaba en Río Consulado,  y por la avenida de San Cosme frente al Cine Cosmos, rumbo a la avenida México-Tacuba, salían esos halcones y otros jóvenes identificados como integrantes del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), estudiantes de la ultraderecha infiltrada en la UNAM. Los viste actuar un año antes en la Prepa 9, cuando expulsaron al director porque no les caía bien.

Y la refriega te lleva al edificio principal de la Escuela Normal de Maestros, la torre insignia y en el camino cayó a tu lado uno de tus colegas de orden; un balazo en la pierna y la orden que te dio: ¡corre, corre! Y corriste y te refugiaste con otros estudiantes en los baños de la torre, una ratonera que abandonaron de inmediato. La adrenalina les había dado tanta fuerza para tirar la enorme reja que resguardaba el acceso a la escuela, pero urgía una salida de escape.

Aparece, entonces, la señora cuya imagen te ha acompañado desde aquella tarde del Jueves de Corpus. Recuerdas que llevaba rebozo y recuerdas más sus palabras: 

–Muchachos, váyanse porque vienen los soldados y los van a matar.

–¿Por dónde, todo está cercado?—le dijiste

Ella señaló hacia un portón al poniente del enorme patio de la Escuela Normal. Y junto con varios colegas llegas al lugar y te sorprende que el portón esté abierto. Y más sorprende que cruzando la avenida, contra esquina del Colegio Militar pasa un camión de pasajeros.

–Muchachos, tiéndanse en el piso. Nos vamos a parar encima de ustedes para que no los vean–, dice uno de los pasajeros, de corbata y traje. Y el resto de los pasajeros apoya la propuesta y tú, junto con otros muchachos y muchachas viajan bajo los pies de estos ciudadanos que arriesgan el pellejo.

La adrenalina. Y el camión se detiene de pronto y bajas con la camisa pegada a la piel y el miedo pintado en el rostro. Esquina de Paseo de la Reforma y Bucareli, esquina del diario Excélsior y contra esquina de El Universal. Tres años después llegarías como suplente a El Universal Gráfico. Diez de junio no se olvida. Conste.

*Esta crónica fue publicada hace cuatro años. En el camino han quedado entrañables amigos y amigas, compañeros y compañeras del CCH y de la prepa 9 y de la FCPyS. Se adelantaron mis amigos Daniel Benítez Gordillo y David Tarango. La banda estudiantil anda dispersa; aquellos jóvenes y “jóvenas” estudiantes de greña larga y a la Hendrix -¿o no, maestro Paco Canalizo?–,  pantalones de campana y pretina de torero –Óscar Segura, Germán Barrón, Alfredo Pantoja y El Bueno, exponente de la moda Topeka– desmadrosos de toque y rol, la máxima que cita Jorge Cázares felizmente matrimoniado con Vicky, hoy padres y madres que abuelean y presumen a los nietos, pavorreales salvajes de sus hijos adultos en estos que son otros tiempos.

Usted disculpe, hoy es mi recapitulación de los días idos; el inquilino de Palacio no es mi tema ni su gabinetazo ni sus ocurrencias. Hoy escribo que he sido privilegiado militante de la generación sándwich que abrevó de las vacas sagradas del periodismo y ha sido testigo del México cambiante y cómo una generación irrumpe sin rubor y ayuna de memoria en este oficio que me ha dado la posibilidad de ser amigo y colega, compañero de andanzas y coberturas que son historia. Diez de junio no se olvida. A la salud de quienes –como mi amada Yaz– agarraron camino en el fin de su tiempo y de aquellos que cabalgan en cansinos jamelgos que escriben líneas de Quijotes de hechura de suyo especial que el tiempo es juego de niños y aún se comen el mundo a puños. Digo.

[email protected]

www.entresemana.mx

@msanchezlimon