Moisés Sánchez Limón
¿Por qué, en las zonas damnificadas por el sismo, increpan al presidente Enrique Peña Nieto y al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, si su presencia obedece al cumplimiento de su obligación como gobernantes con la sociedad?
Es una pregunta simplista que tiene una respuesta elemental: hay mexicanos, muchos mexicanos hartos del engaño, de la oferta clientelar, de las tomaduras de pelo, de promesas que se diluyen hacia el olvido apenas ofrecidas, de esta demagogia ancestral que ha movido a las masas en torno de los caudillos, de la clase gobernante.
De la aristocracia decimonónica a la clase media gobernante con militares iletrados que se sumaron en las filas de aquellos generales con un poco más de estudios pero mucho empeño en hacerse del poder fuera como fuera. Y, bueno, a esta clase política heredades de las postrimerías del siglo pasado en ancas de los niños que se fueron o los mandaron a formarse fuera del país, para retornar como conquistadores que formaron las cúpulas gobernantes y se repartieron estancos en banderías de dizque izquierda y derecha y del centro.
Este miércoles, apenas 24 horas después del sismo que sacudió a la capital del país y, con fuerza a los estados de Morelos y Puebla, el presidente Peña Nieto, integrante de esta generación de políticos del nuevo milenio, fue a Jojutla, en ese ánimo que lo movió con la elemental responsabilidad de ser el Jefe del Ejecutivo Federal, para atender personalmente a las necesidades planteadas por los damnificados de este sismo que tuvo su epicentro precisamente en esta localidad del estado de Morelos.
En la víspera, en la colonia Obrera, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, fue a una zona en la que se cayeron inmuebles. Y lo increparon, lo echaron prácticamente del sitio porque, consecuencia de la ancestral demagogia, lo acusaron de ir al lugar para tomarse la foto.
Ayer, en Jojutla, Enrique Peña Nieto enfrentó un clima hostil, también consecuencia de lo que, algunos de sus colaboradores y otros funcionarios públicos de otros tiempos, hicieron con esa oferta facilona captadora de votos.
“Les pido que tengan serenidad, no podemos reconstruir de la noche a la mañana tenemos que hacer un censo, saber…”, dijo Peña Nieto a la población que lo rodeaba y exigía atención y ayuda; damnificados que, como otros miles en la capital del país urgen apoyo.
“(…) Quiero creer en ti… quiero creer en ti, nunca hemos tenido nada, nos hemos inundado y el gobierno nomás nos manda frutsis, nunca nos mandan nada”, reprochó una joven mujer al presidente Peña Nieto.
“Aquí les vamos a apoyar –respondió el mandatario– y necesito que la comunidad me ayude con la labor de reconstrucción, sean parte de la labor de reconstrucción porque, como estamos aquí, estamos en otros estados de la República, Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México y el estado de Puebla que también tiene estas afectaciones”.
Sin duda, tiene razón Peña Nieto. Porque la desgracia que se ha desgajado contra el país, la fuerza de la naturaleza, el poder que derivó en tragedia con sismos en Chiapas, Oaxaca y Tabasco y luego en Puebla, Morelos y la Ciudad de México, requiere de compromisos ciudadanos. Pero, igual, de una firme convicción oficial de cumplir la palabra, la oferta de ayuda.
Es tiempo de acabar con esa demagogia que, por ejemplo, se usó en comunidades pobres de la montaña de Chiapas, en 2013, dizque para atender sus necesidades derivadas del embate de la naturaleza, de las lluvias que ahogan y desgajan cerros y entierras comunidades y cobran vidas. La oferta que nunca se cumplió.
Y no se vale medrar con la necesidad; es detestable utilizar a la desgracia con fines políticos, de grupo y personales.
¿Por qué increparon al presidente Enrique Peña Nieto y al secretario de Gobernación? Porque forman parte de esta clase gobernante que arrastra, cuando no ha prohijado, las consecuencias de la demagogia, la factura pendiente derivada del engaño, de esos políticos de diversas siglas que han jugado al cambio en el poder, mas no al cambio que acabe con la creciente pobreza y el desbordamiento de los cinturones de miserables en torno de las grandes ciudades.
Por eso, en la Cámara de Diputados debe abundarse en una explicación pública de la causa que llevó a su mesa directiva a hacer una aportación de 50 millones de pesos al Fondo de Reconstrucción y de 10 millones en equipo, en apoyo al rescate de las personas que aún están atrapados en los escombros, tras el sismo que devastó el centro del país.
Jorge Carlos Ramírez Marín, presidente cameral, hizo pública la decisión de los coordinadores de las ocho bancadas parlamentarias de hacer esa donación. Y qué bueno que hayan tomado esta decisión, pero habrán de rendir cuentas e informar de cómo y hacia dónde se fueron esos recursos.
El riesgo es que su decisión termine por ser calificada demagógica y abone en su descrédito, como aquella decisión de Morena de destinar la mitad de los recursos que el INE le aportará, para las campañas del proceso electoral federal en marcha, que tiene más el tufo de la demagogia y la red en río revuelto, que una decisión desprovista del interés político. Por eso, ayudemos a los damnificados, pero sin demagogias, por favor. Digo.
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