Entresemana

Desertores, desleales…

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Moisés Sánchez Limón

Los adjetivos pueden ser eufemismo aplicable a personajes públicos, políticos al fin que, por intereses personales y de grupo, deciden arriar banderas y cambiar de partido, en una traición absoluta a sus principios éticos e ideológicos, porque el fundamento se mide en pesos y centavos, poder e impunidad.

Dice la conseja popular que es de sabios cambiar de opinión. En efecto; también es respetable que cada ciudadano tenga sus particulares convicciones políticas e ideológicas. Un principio de la tolerancia es el respeto al que piensa diferente.

Y la democracia se nutre de esas diferencias, de la aportación de cada quien con un objetivo: el beneficio común, que nada tiene que ver con el sueño socialista que devino en dictaduras y el empoderamiento de grupos cuya ambición fue, es y será, solamente el poder.

El nacimiento de partidos en México, obedeció en un momento a la necesidad de aparentar esa democracia que se gestaba en la incipiente oposición de la época posrevolucionaria, aunque igual en ésta, salvo el Partido Acción Nacional, tenía tantas ligas como un cordón umbilical con el partido en el poder.

Que el Partido de la Revolución Democrática haya tenido todas las condiciones para nacer y crecer, hasta donde le han dejado sus tribus, fue consecuencia de la lucha interna por el poder en el Partido Revolucionario Institucional, más que cuestiones ideológicas o de democracia.

Para nadie es un secreto que Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, aspiraban a tener más poder que el que habían acumulado bajo la sombra del PRI, como lo tuvieron Rodolfo González Guevara, a quien se asume ideólogo de la Corriente Democrática que devino en Frente con la nominación de Cuauhtémoc a la Presidencia de la República,, finalmente incluso con las siglas del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, que años más tarde también arroparía a Porfirio, cuando dicho instituto político fue creación, cual comparsa opositora del PRI. En fin.

Y en ese escenario se instalan estos personajes públicos que olvidan convicciones y niegan compadrazgos y hermandades. Todo por el poder a toda costa y por encima, incluso, de la denostación social, porque carecen de rubor y evidencian desprecio por lo ético.

Son aquellos que suelen evidenciar una singular amnesia que ofende al sentido común del ciudadano que, en las campañas políticas asume posturas de militancia e identidad comprometida con un candidato, en la presunción de que lo representará con dignidad y defenderá sus derechos ya sea en el Congreso de la Unión que en cargos administrativos como gobernadores, alcaldes, regidores, síndicos, legisladores locales e incluso Presidente de la República.

El desencanto social es el tónico del abstencionismo. Sí, de este fenómeno que ha crecido en todo el mundo, porque los electores, hartos de la demagogia, de las promesas y ofertas incumplidas, deciden alejarse de las urnas, aunque con ello sólo allanan el camino al poder de quienes, personajes públicos, van de curul en curul, de escaño en escaño y de cargo en cargo, porque con un mínimo de votación se asumen adalides de la democracia, representantes populares.

Pero, mire usted, tanto daño hacen los demagogos como los traidores y desleales que, hete aquí el caso de la senadora Gabriela Cuevas Barrón, el pasado fin de semana anunció su decisión –¿de último momento?—de abandonar su militancia, dice ella que data desde sus días de adolescencia, en el Partido Acción Nacional.

Se entiende que la legisladora, operadora a las órdenes del entonces presidente Vicente Fox Quesada, se haya desencantado con la jugarreta de Ricardo Anaya Cortés, y con todo el grupo de la primera línea albiazul que decidió hacer alianza con el Partido de la Revolución Democrática y Movimiento Ciudadano.

Pero no, no fue desencanto, fue una decisión tomada a partir de que en la cúpula comandada por Anaya, le negaron la candidatura plurinominal a una diputación federal. Y esa causa la divulgó el CEN del PAN en un tuit inmediatamente después que se conoció la decisión de la senadora de renunciar a su militancia panista y sumarse a la causa de Andrés Manuel López Obrador.

¿Alguien creerá esa neo convicción político-partidista que asume Cuevas Barrón? Es una ofensa al sentido común que pretenda vender esa postura cuando la historia reciente la ubica enemiga y denostadora de López Obrador. ¿Sirve a Andrés Manuel sumar a su campaña y proyecto a personajes como la senadora y el alcalde ex futbolista Cuauhtémoc Blanco?

Sí, es respetable que alguien renuncie a un proyecto político y, con todas sus consecuencias, se trace el objetivo del proyecto personal, como ocurre con Morena y Andrés Manuel.

No sorprende que el tabasqueño se empecine en lograr su objetivo, personal, de llegar a la Presidencia de la República, ni sorprende que en esa carrera se sumen quienes no han militado en otro partido o que hayan renunciado a éste por causas ajenas al reparto del poder, a la ambición personal de un cargo, cual es el motivo de la senadora Cuevas y de otros conocidos “chapulines”.

La simple ecuación política asume, en la lógica matemática, que menos por menos da más, pero cuando hay suma de convicciones. Aquí, más por más dará menos, toda vez que son más las ambiciones de estos desertores y desleales a convicciones ideológicas y éticas, que la calidad política que puedan sumar a la causa de López Obrador. Pero, sabias palabras las que asumen el destino inmediato del ambicioso: que con su PAN se lo coma. Un anuncio al borde de la carretera anuncia: “Se recibe cascajo”. Conste.

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@msanchezlimon