- Sebastián Piñeira militariza Chile
- Gobierno insensible enfrenta insurrección social
- Querer apagar el fuego con fuego
Juan Barrera Barrera
No hay dictaduras militares. Latinoamérica vive en democracia desde hace unas tres décadas con el fin de los regímenes dictatoriales, pero en Chile la decisión del presidente Sebastián Piñeira de sacar a los militares a reprimir las protestas sociales escenifican los peores momentos del golpe de Estado en contra de Salvador Allende en 1973 y prende el malestar social.
La vuelta a la democracia no ha traído consigo las mejoras económicas que por décadas la mayoría de la población reclama. El sistema democrático latinoamericano se instaló pero con modelos económicos impuestos por el FMI. No ha sido fácil sacudirse esa dependencia.
La transición de un régimen militar a uno civil nunca ha sido garantía de que los nuevos gobiernos serán mejores administradores de los recursos de los países en cuestión, tampoco ha sido garante de una mejor distribución de esos recursos entre los estratos sociales que más los requieren. Los gobiernos votados democráticamente, de derecha o de izquierda, no han podido, ni tampoco han sido capaces de trazar, proponer y poner en marcha proyectos de desarrollo social viables e incluyentes.
Gobiernos insensibles
El actual caso chileno de protestas y manifestaciones desatadas desde el fin de semana por el incremento de 30 pesos al pasaje del metro (la punta del iceberg de una crisis acumulada por el modelo económico que ha agrandado la brecha social) ejemplifica en gran parte la situación de la región latinoamericana: gobernantes y clase política insensible con las demandas ciudadanas.
El presidente Sebastián Piñeira lo reconoció, tardíamente, este martes, tal vez como un intento de curarse en salud por la torpeza en cómo ha manejado el conflicto social cuando reconoció que “los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud” y pidió perdón por esta falta de visión.
Dos días antes utilizó con lujo de detalle la retórica militar del régimen de Augusto Pinochet para descalificar a los manifestantes, en su mayoría jóvenes no mayores de 30 años que no vivieron la dictadura militar, pero como si la estuvieran viviendo, pues el gobierno torpemente decretó el Estado de Emergencia y el toque de queda como parte de la estrategia de represión.
Las movilizaciones callejeras en Santiago y en otras ciudades del país conosureño, no han sido encabezadas por los partidos políticos de oposición que están desaparecidos políticamente desde hace tiempo. Chile vive una rebelión transversal, de jóvenes como en otras que se han registrado anteriormente en ese país, que resienten las injusticias sociales: desempleo, bajos salarios, pensiones de miseria, servicios de salud deficientes con medicamentos caros, sueldos desorbitantes para la alta burocracia, educación cara y un largo etcétera alimentaron el malestar social. Hoy los hijos son más pobres que sus padres. Esa es una realidad que recorre nuestro hemisferio occidental.
Durante la imposición del modelo fondomonetarista en la época de la dictadura pinochetista, a Chile lo convirtieron los ideólogos de la escuela de Chicago en la panacea de un modelo a seguir (durante una década, recuerdan algunos analistas, la economía tuvo un importante crecimiento y se redujo la pobreza), pero más pronto que tarde evidenció su estrepitoso fracaso, el sistema de pensiones (basado en cuentas individuales como se intentó imponer en México a finales de los años 90) es un botón de muestra porque favoreciò a una élite empresarial y política.
El llamado milagro económico chileno llegó a su fin desde hace tiempo, pero la clase gobernante, de izquierda y derecha, no han hecho lo suficiente para reformarlo o llevar a cabo un cambio profundo. En México, el nuevo gobierno de izquierda se ha propuesto como uno de sus ejes de su proyecto de nación un cambio de régimen desde sus estructuras para revertir el sistema de injusticia social basado en la corrupción y la impunidad.
Piñeira juega con fuego
Los sistemas sociales injustos suelen impactar en la calidad de la democracia y de la gobernabilidad. Ecuador, el presidente Lenin Moreno movilizo en su contra a los indígenas con el aumento a los hidrocarburos, terminó reculando cuando los muertos fueron sumando; ahora la crispación social en Chile tiende a agravarse a pesar de que el derechista Piñeira echó para atrás el incremento al costo del metro y adicionalmente anunció una serie de reformas, pero el anuncio no amainó la rebelión social, ni la militarización del país.
Van 18 muertos y muchos desaparecidos, pero el gobierno extiende el toque de queda y el Estado de excepción, mientras que el repudio al gobierno crece y diversos sectores sociales se suman al paro en protesta por la furia de las fuerzas armadas contra los estudiantes. La huelga general avanza y el régimen no encuentra apoyo político de la oposición de izquierda para llegar a acuerdos que detengan las protestas, tampoco sabe cómo regresar a los militares a los cuarteles.
Sebastián Piñeira y su gobierno despertaron al tigre, ahora no saben cómo detenerlo. Ensangrentar al país no es el mejor método, a menos que los empresarios en el poder no tengan presente la historia reciente. Cuidado con querer apagar el fuego con gasolina.