- Lucha fratricida en Morena
- En riesgo el proyecto de nación
Juan Barrera Barrera
La situación interna del Movimiento de Regeneración Nacional se complica cada vez más en un acto que pareciera de autodestrucción. Alguna vez le comenté a un amigo, antes del PRD ahora en Morena, que uno de los peores enemigos tradicionales de la izquierda ha sido la misma izquierda. La reciente historia de la caída del perredismo es un botón de muestra. La ruptura no ha sido suficiente, los odios siguen.
Morena y su dirigente histórico, el presidente Andrés Manuel López Obrador, han realizado una labor titánica y en un corto tiempo lograron el registro como partido político y luego la hazaña de arrebatar el poder de Estado a la oligarquía nacional y a sus administradores políticos del conocido PRIAN con una alta votación jamás vista.
Hemos dicho en este espacio que Morena tiene pendientes urgentes como la conversión de un movimiento heterogéneo en un partido político institucionalizado, estructurado, moderno, con bases firmes, estatutarias, que promuevan la participación activa de su militancia, simpatizantes y ciudadanos interesados en una organización moderna, realmente interesada en el desarrollo de la democracia interna.
Pero en lugar de abocarse a la consolidación del movimiento político más importante del país no solo por ser gobierno, en el proceso interno para elegir a la nueva dirigencia nacional en Morena se han evidenciado no solo las contradicciones y sectarismos, sino el sentido más mezquino de las diversas tribus que se disputan de manera intestina la dirigencia nacional de Morena. No hay tregua.
Lucha destructiva entre las hordas
Parece que la lógica política de los grupúsculos es el prefiero destrozar al partido que dejarlo en manos de mis opositores. Hay la percepción de que todos los protagonistas están dispuestos a todo menos a ceder. Prefieren quemar sus naves, aunque en ello se lleven de corbata al proyecto de la 4-T.
También hemos mencionado que Morena carece de identidad ideológica propia. Hay un conflicto entre los originarios, los puros, aquellos que iniciaron desde abajo el proyecto con López Obrador y los que llegaron después, cuando la mesa estaba más que puesta, cuando Morena crecía electoralmente en sus primeras incursiones electorales.
En Morena campeaba la idea y el objetivo primordial de llevar a la presidencia a AMLO, pero para tal propósito era necesario abrir la puerta a todos aquellos que se quisieran sumar, de buena o mala voluntad. Muchos se acercaron al nuevo movimiento para seguir lucrando políticamente sin desprenderse de su cultura antidemocrática, del agandalle, de primero yo, después yo y al último yo, de su pasado reciente.
Salvar el barco de la 4-T
Todos los protagonistas políticos morenistas que luchan encarnizadamente por el control del Movimiento dicen tener la razón, que el derecho les asiste, y al mismo tiempo todos se acusan de ser incongruentes, de contravenir los estatutos, de ser arribistas.
En ese objetivo de instalar a López Obrador en Palacio Nacional se perdió de vista la construcción de un nuevo régimen, de un nuevo sistema político, cuyo objetivo central es el bienestar del pueblo, los ciudadanos, a través de nuevas bases para un desarrollo social más justo, pensando en los que nunca han tenido nada, los olvidados por el viejo régimen.
Ahora no sólo la guerra intestina en el interior de Morena pone en serio riesgo la viabilidad de esa formación política, sino también factores exógenos. La decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que acaba de ordenar la anulación del proceso de renovación de la dirigencia al considerar que el padrón electoral no es confiable y ordenó integrar a quienes solicitaron su afiliación hasta 30 días antes del inicio del proceso.
La intromisión del TEPJF en la vida interna de Morena viene a profundizar las contradicciones y las divisiones en Morena. Ante la crítica situación, los diversos liderazgos deben hacer un esfuerzo por salvar no solo a la organización, sino al barco de la 4-T. El país está de por medio.