Juan Barrera Barrera
El presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, determinó elegir a México como primer destino a visitar a diferencia de los países vecinos con los que tiene una relación comercial más cercana, como es el caso de Brasil, o los demás integrantes del Mercosur, por ejemplo.
La vista del próximo mandatario argentino recorrió la realidad que vive el sur hasta el norte del continente americano. Observó una zona en ebullición económico-social, de movimientos populares y conflictos poselectorales y ubicó a nuestro país como el más estable, a pesar del grave problema de la inseguridad (la estancia de Fernández estuvo salpicada por el asesinato de varios integrantes de la familia LeBarón).
El peronista ha visualizado la posición geoestratégica de México y la “buena relación” que mantiene el presidente Andrés Manuel López Obrador con el jefe de la Casa Blanca, Donald Trump. Además de las coincidencias ideológicas entre Fernández y AMLO, a Argentina y a México los une toda una historia de solidaridad que se reflejó en los momentos en que la nación sudamericana, y otras más, era azotada por la represión desatada por la dictadura militar.
Cierto que ha habido un periodo de distanciamiento de México con respecto al resto de Latinoamérica, a pesar de que es muy común en la narrativa de los líderes la tesis de la necesaria integración latinoamericana, pero los vaivenes electorales y cambios de gobierno de diferente signo ideológico ha sido un verdadero dique en ese ideal.
México por su cercanía geográfica e histórica ha tenido que firmar acuerdos comerciales con Estados Unidos antes que con los países latinoamericanos. Alberto Fernández, con su visita, manda señales a los gobiernos de que su prioridad será la económica y comercial, más que la ideológica. La situación de crisis social y económica que deja Mauricio Macri así lo amerita.
A la distancia del Grupo Puebla, pero no tan lejos
Se habla mucho de que el nuevo mandatario argentino pretende formar con AMLO un frente progresista contra el neoliberalismo. El tabasqueño, sin embargo, ha subrayado que la política exterior no es su prioridad y que prefiere no apartarse de los dictados constitucionales de no intervención en asuntos de otros países para no herir sensibilidades y que “su gobierno sigue trabajando con todos los líderes del mundo siempre respetando el principio de autodeterminación de los pueblos y el respeto a la soberanía”.
“Desde luego tenemos relaciones de hermandad con los pueblos de América Latina y El Caribe. Pero al mismo tiempo tenemos una relación económica, de cooperación y respeto mutuo con Estados Unidos y Canadá, y vamos a mantener esa relación por razones geopolíticas, económicas y también de amistad”, precisó López Obrador sobre uno de los objetivos del visitante argentino.
Por lo menos el mandatario mexicano dejó claro que él no será un activo político en el presunto eje antineoliberal México-Argentina agrupado en el Grupo Puebla conformado en julio en esa ciudad por varios ex presidentes, excancilleres y dirigentes de izquierda, aunque tampoco estará del todo al margen, ya que la dirigente de Morena, Yeidckol Polevnsky, es parte del grupo fundador.
El Grupo se creó a instancias del ex candidato a la presidencia de Chile, Marco Enríquez Ominami, de estrecha relación con Alberto Fernández, y también lo integran los ex presidentes Cristina Fernández, Dilma Rousseff, José Mugica, Rafael Correa, Ernesto Samper, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera y el ex presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, fallido negociador en el caso Venezuela, entre otros.
Nicolás Maduro intentó montarse en el acercamiento Fernández-López Obrador para anunciar un segundo frente progresista antineoliberal (el primero fue el ALBA) con el claro objetivo de sacar raja en momentos en que el gobierno de El Salvador rompió relaciones con Caracas y el presidente electo de Guatemala, Alejandro Giammatei, hará lo mismo a partir del 14 de enero cuanto asuma el poder.
Cada vez el gobierno de Maduro se ve más aislado del entorno internacional y su situación de igual manera resulta una carga pesada para los gobiernos que en algún momento mostraron afinidad con el llamado proyecto bolivariano que ha resultado en un fracaso y en ello Maduro y su grupúsculo es uno de los principales responsables por su ambición desmedida por mantenerse en el poder por métodos antidemocráticos o torciendo la ley.
Si el Grupo Puebla se integró con la finalidad de apoyar a Maduro y para hacerle contrapeso al Grupo de Lima que reconoce a Juan Guaidó como presidente de Venezuela y que busca forzar la salida de Maduro del Palacio de Miraflores me parece que está cometiendo un grave error.
Andrés Manuel López Obrador tendrá que ser muy cauto y seguramente no hará nada que pueda importunar su relación “amigable” con Donald Trump encabezando un grupo pro Maduro. Fernández Reyes al parecer también ha entendido que es mejor tomar distancia del cuestionado venezolano y mirar hacia otros horizontes que realmente le puedan ayudar a sacar de la crisis económica a Argentina y negociar la pesada deuda externa con el FMI, lo mismo tener de aliado político a un dirigente como López Obrador para contener al ultranacionalista Jair Bolsonaro, quien cuestionó a los argentinos por haber votado al peronista.
En ese mismo tenor, a Donald Trump le conviene tener cerca a Buenos Aires que a un amigo de Maduro, por ello giró instrucciones al FMI para trabajar con el próximo ocupante de la Casa Rosada. El último día del mes pasado el mandatario estadounidense había felicitado a Alberto Fernández por su triunfo lo que el presidente electo lo interpretó como un espaldarazo, pero habría que tomarlo con las reservas del caso.
Tiempos de nueva época y de nuevos modelos de desarrollo
Son horas de resurgimiento de la izquierda latinoamericana en el caso de México y Argentina, pero también de crisis política como en Bolivia, o político-social para Venezuela y Nicaragua, o de protestas populares en Chile, y los triunfos de la izquierda en esos países son una “bocanada de aire” para nuevos modelos de desarrollo basados en el combate a la pobreza y la desigualdad, pero sobre nuevos pactos sociales y políticos.
Asistimos también al agotamiento del modelo de desarrollo que fue dominante desde hace más de tres décadas. La secretaria ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcena, lo ha descrito con precisión cuando se refiere al cambio de época que vivimos: “Hoy, cuando transitamos el ineludible camino hacia el desarrollo sostenible, es más urgente que nunca reafirmar que la igualdad debe ser el motor del desarrollo regional y estrategia para cerrar las brechas estructurales que se han profundizado en América Latina”.
La activa dirigente cepalina llama a reconocer que el actual estilo dominante de desarrollo es inviable y produce, además, un desarrollo escaso y distorsionado por tres motivos fundamentales: porque produce poco crecimiento, porque genera y profundiza desigualdades y porque es ambientalmente destructivo. Un estilo de desarrollo que alentó expectativas de movilidad social y progreso y por ello, ante su fracaso, hay gran exasperación, impaciencia y desencanto hacia toda la clase política, especialmente en los jóvenes”.
Los gobiernos progresistas, entonces, deben mirar más por el desarrollo de sus pueblos y no desgastarse en conflictos ideológicos. Históricamente, moralmente el neoliberalismo esta derrotado, el asunto es qué hacer, cómo suplirlo de aquí en adelante. Ese es el reto.