- Morena, de crisis en crisis
- Necesaria la intervención de AMLO
- ¿Imposible la reconciliación morenista?
Juan Barrera Barrera
Este inicio de semana el partido oficial, Movimiento de Regeneración Nacional, continuó exhibiendo sus debilidades y contradicciones al amanecer con dos dirigentes nacionales que lo ponen en riesgo de entrar en la ruta de la total descomposición.
Este domingo Morena celebró el VI Congreso Nacional Extraordinario, convocado por Bertha Luján, presidenta del Consejo Nacional, con el objetivo de destituir a Yeidckol Polevnsky, en el que se designó al diputado federal, Alfonso Ramírez Cuéllar, como presidente transitorio, cuyo trabajo será precisamente darle certidumbre a un movimiento totalmente desorganizado y fracturado por las confrontaciones internas.
Menuda tarea tendrá el ex presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, quien por cierto ha pasado del radicalismo como dirigente de la organización campesina El Barzón a posiciones más moderadas, como puente entre radicales (el grupo de Luján Uranga) y moderados (Polevnsky) para llegar a acuerdos.
Yeidckol Polevnsky, secretaria general del partido y presidenta en funciones, enfrentada con Luján en la puja por controlar a Morena, no reconoció la elección de Ramírez, como era de esperarse porque siempre rechazó la convocatoria al Congreso ya que tanto el Consejo como el CEN tienen que convocarlo, a quien acusó de desconocer la lay y lo dictado por el Tribunal Electoral, y recordó que el único órgano de dirección de Morena que puede elegir al presidente es el Comité Ejecutivo Nacional.
Morena de crisis en crisis
Yeickol hasta ahora se siente tranquila porque mantiene el reconocimiento legal del INE y por lo tanto es la que puede disponer de los recursos que le corresponde a Morena, por lo que la situación de Alfonso Ramírez Cuéllar como “nuevo presidente” podrá ser de hecho pero no de derecho, lo que en lugar de amainar el temporal en la cúpula morenista tiende a agravarlo.
Los enconos internos y la ruta de descomposición a la que se enfila Morena, por otro lado, le pega al proyecto de gobierno de la 4-T y al presidente, Andrés Manuel López Obrador, que en estos momentos requiere del apoyo partidista, pero de una organización política unida, fuerte, robusta, dispuesta a no solo a defender programas sino a aportar ideas, rumbos que le puedan dar cohesión a una sociedad igualmente polarizada.
Hoy Morena lo único que ofrece a la sociedad, a sus bases, es la de una organización amorfa, antagónica, incapaz de gobernarse, que se perfila a consumirse, más todavía, en otro proceso legal y todo eso puede desmoralizar a su capital polìtico. La judialización en la que entrará Morena, porque Yedickol recurrirá nuevamente al Tribunal para mantenerse un año más al frente del partido como ha dicho que esa es su meta, retrasará al movimiento en convertirse en un verdadero partido, mientras no apuren a solucionar la crisis interna.
Morena carece de una estructura sólida para enfrentar los retos que vienen en el terreno electoral, la elección del 2021, la más grande de la historia de las elecciones: 17 gubernaturas estarán en juego, la Cámara de Diputados federal, varios congresos locales y centenares de alcaldías, en las que se manejarán cuantiosos recursos. La elección de candidatos es otro tema de primer orden que los actores políticos en conflicto quieren manejar, ya que de esa elección se definirá el rumbo del gobierno de la 4-T y del país.
La disyuntiva de Morena: reconciliación o desaparición
¿Cuál es la vía para serenar a Morena? Hemos dicho aquí que Morena es un amplio movimiento en donde convergen diversos grupos e intereses. El divisionismo que está carcomiendo lo que puede ser un partido de izquierda moderno, democrático (tal vez el más importante de Latinoamérica) es en gran parte por la falta de profesionalismo, por falta de oficio político, por la escasez de cuadros profesionales. En cambio abundan las tribus, acostumbradas a los conflictos, a solucionar los problemas por cualquier método menos por las vías institucionales.
A López Obrador se le preguntó en la mañanera del lunes qué opinaba de la crisis interna de Morena y dijo que él ya no se ocupaba de asuntos partidistas. Ya no se ocupa, pero ¿se preocupa? Seguramente sí, aunque no de manera directa. En las democracias modernas con sistema presidencialista o parlamentario, el Presidente o el Primer Ministro asumen los liderazgos de sus partidos.
En México, en el antiguo régimen, siempre se cuestionó la relación insana del partido en el poder con el gobierno, pues el Ejecutivo tenía plenos poderes sobre la estructura de éste y decidía sobre su vida interna por encima de los estatutos; imponía dirigentes y candidatos. Había un exceso de la mano presidencial en la vida interna del partido gobernante.
Realmente no se le ven visos de solución a la crisis morenista y la única mano que puede poner orden (dice Ramírez Cuéllar que él viene a hacer esa tarea) es la del presidente López Obrador, pero por lo que se ve no quiere involucrarse directamente, aunque tampoco puede permanecer inmóvil, pasivo observando cómo se desangra el partido que construyó y que lo llevó a Palacio Nacional.
AMLO tiene que intervenir, debe hacerlo y terminar de tajo con las confrontaciones, porque Morena se acerca a la difícil disyuntiva de la reconciliación o la desaparición.