Política Global

Terremoto y solidaridad

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Juan Barrera Barrera

Apenas unas horas antes se habían escuchado las alarmas para recordar la tragedia de los sismos del 19 de septiembre de 1985 que colapsaron la ciudad de México, cuando se escucharon nuevamente causando confusión, ya que algunos creímos que se trataba de una réplica del simulacro de las 11 de la mañana. Pero no, el temblor de tierra era real, de magnitud 7.1 (el de aquel año fue de 8.2). La tragedia de hace 32 años se repetía.

Coincidencia o no, pero la fecha nos perseguirá con mayor fuerza, acaso la naturaleza piensa que los mexicanos somos desmemoriados. El temblor sucede a doce días del que sacudió al sureste del país, fenómenos que se han conjugado con los huracanes y las fuertes lluvias. Nos tiembla sobre mojado.

Otra vez México se tiñe de rojo. Otra vez la ciudadanía atenta y presta para movilizarse y mostrarse con esa fuerza solidaria que nos ha caracterizado desde 1985. Es destacable la entereza humana de los mexicanos ante las adversidades. No cabe duda de la gran reserva humana que tiene México, que ha venido madurando desde las lecciones solidarias de hace tres décadas.

Desde aquella fecha fatídica todo cambió en nuestro país, en el comportamiento de la sociedad ante la tragedia humana. Hoy tenemos una cultura de la protección civil. Contamos con instituciones y organismos más especializados, capacitados y preparados para enfrentar tragedias generadas por los fenómenos naturales de una manera más eficaz y ordenada. Pero la movilización social espontánea es imprescindible.

La espontaneidad de la sociedad ha sido un factor esencial en la ayuda a las víctimas, a los damnificados, y la movilización inmediata de los voluntarios para el rescate de aquellas personas que quedaron atrapadas bajo los escombros de los inmuebles que se derrumbaron.

Es impresionante la participación y el coraje de los jóvenes, en su mayoría, y la sociedad en general, que han respondido con entereza en las labores de ayuda y de rescate, a mano limpia, sin protección alguna para la remoción de los escombros en una acción titánica y heroica.

Estos momentos nos recuerdan que debemos deponer nuestras diferencias, nuestros egos, nuestras frivolidades, la arrogancia ante la fuerza de la naturaleza que no se cansa de señalarnos que en las tragedias somos mucho más endebles y pequeños si no demostramos la capacidad de luchar unidos y con humildad.

Apenas terminaban las labores de rescate en los estados de Chiapas y Oaxaca por el terremoto del día 7 de magnitud de 8.2 (el mayor en 85 años), cuando la tragedia volvió a enlutar a la nación, a los mexicanos. Otra vez la ciudad de México volvió a vivir la pesadilla de hace tres décadas. La tragedia se extendió a los estados de Morelos, Puebla y México y volvió a afectar a los dos del sureste ya lastimados.

No hay descanso para los voluntarios, brigadistas, topos que arriesgan su vida, lo mismo los elementos de la Marina y del Ejército, para los perros adiestrados para la detección de personas con vida; para los vecinos en la lucha contra el tiempo para continuar buscando, detectando y rescatar supervivientes. No hay tregua en las labores de rescate a pesar de las adversidades climáticas. El pudor y el orgullo mexicano no tienen fronteras.

Las muestras de solidaridad y ayuda humanitaria internacional es un gesto noble que debemos agradecer: a Japón, Chile, Colombia, Panamá, España y otros países más.

Los protocolos sobre desastres indican que hay un límite de hasta 72 horas para suspender las tareas de rescate, pero dada la experiencia de los terremotos de 1985, la orden es continuar las labores hasta salvar a la última persona que esté con vida.

Hoy, el periódico español El País publica un artículo de Enrique Krauze quien hace una propuesta interesante para enfrentar la tarea que viene: la integración de una Comisión de Reconstrucción para los estados de Oaxaca, Chiapas, Puebla, Morelos y Ciudad de México, con una participación ciudadana mayoritaria. La reconstrucción que según fuentes oficiales tendría un costo de 21 mil millones de pesos.

Es de nueva cuenta la hora de los ciudadanos organizados.