Política Global

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  • EU abandona Afganistán, pierde hegemonía geoestratégica
  • Regreso sin gloria de las tropas estadounidenses
  • China y Rusia, se aprestan a “colonizar” Afganistán

Juan Barrera Barrera

Con la salida de las últimas tropas estadounidenses que estuvieron ocupando Afganistán durante dos décadas, Estados Unidos pierde espacios importantes de su hegemonia global en una importante zona geoestratégica para las potencias y la desestabilización interminable en Medio Oriente podría agravarse ya sin la estrategia protectora de Washington.

La deshonrosa derrota militar y moral de la superpotencia en un país pequeño y de muy escasos recursos, dedicado al pastoreo y la agricultura agrega incertidumbre entre los aliados de los Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita que temen una escalada del resurgimiento de organizaciones extremistas como el yihadismo o guerra santa, amparadas bajo el manto de la República Islámica de Irán y/o de Paquistán.

Sin embargo, la deriva hegemónica de los Estados Unidos en la región de Asia Central no significa que la potencia mundial pierda poder. La nueva realidad indica que ya no es muy conveniente o fácil invadir y luego mantener ocupado militarmente a un país como hace 20 años cuando EU invadió Afganistán para acabar con la organización terrorista Al Qaeda y a su líder Osama Bin Laden, responsable de los actos terroristas perpetrados contra las torres gemelas en 2001.

Regreso sin gloria de la tropa estadounidense

Además, el mantenimiento de tropas en otros territorios tiene un alto costo militar y económico, para los Estados Unidos, máxime en tiempos de una pandemia que no cede y que significa una inversión económica cuantiosa en la producción de millones de vacunas. En dos décadas los gobiernos estadounidenses invirtieron un billón de dólares para el equipamiento y adiestramiento de los cuerpos de seguridad afganos para que tuvieran la capacidad enfrentar a los extremistas talibanes.

El resultado como sabemos fue catastrófico. Esos recursos fueron una mala inversión en un país altamente corrupto y que el adiestramiento militar resultó en un bumerang para el gobierno afgano, pues el nuevo ejército, que ya estaba capacitado para la defensa, no combatió la recuperación y  avance de las milicias talibanes y terminaron por entregar las plazas sin resistencia alguna, situación que podría indicar todavía simpatías de la población por los talibanes.

La caída peliculesca  de las dos principales ciudades, Kandahar y la capital Kabul, el 15 de agosto (después de que el presidente Ashraf Ghani abandonara el país, mucho antes de los tres meses que Washington auguraba para la caída de la capital) son de lo más emblemático del fracaso de Afganistán a 20 años de la invasión estadounidense para combatir el terrorismo.

La caravana victoriosa de los talibanes por las calles de Kabul contrasta sensiblemente con la apresurada salida de los estadounidenses y las escenas desgarradoras de cientos de afganos en el aeropuerto en un intento desesperado por abordar un avión para salir de Afganistán. Es la cara dramática del fracaso imperialista y del difícil control que representa Medio Oriente para los Estados Unidos. Al principio de su primera administración, el presidente Barack Obama reconocía la incomprensión que ha tenido Estados Unidos del mundo islámico, como señal de mejorar las relaciones con la región. 

Fue sensato el argumento del presidente Joe Biden para no seguir apoyando a una nación que no es capaz y que no tiene interés en defenderse a sí misma. Los gobiernos afganos se mal acostumbraron a la protección castrense que les garantizaba la presencia de tropas en su territorio.

El mandatario ya no quería un ataúd estadounidense más en una posible guerra civil por venir en ese territorio porque provocaría una crisis sobre la crisis que enfrenta Biden y más munición para los ataques de Donald Trump. “Las tropas estadounidenses no pueden ni deben luchar ni morir en una guerra que las tropas afganas no están dispuestas a luchar por sí mismas”, ha justificado el presidente Biden. La retirada estadounidense fue irresponsable por la posibilidad de una guerra civil, cuestionó Pekín.

Las potencias reanimaron a los talibanes

Sin embargo, quien realmente revivió a los talibanes fue el propio Donald Trump en febrero del 2020 al negociar el “Acuerdo para Traer la Paz  Afganistán” (o Acuerdo de Doha) directamente con ese grupo extremista (al margen del gobierno establecido de Ghani) un calendario para la retirada de las tropas de EU en un plazo de 14 meses y diálogo entre los talibanes y el gobierno. Por su parte, Washington obtendría el compromiso de que los talibanes no permitirían que ningún grupo terrorista usara territorio afgano.

Ante la eminente retirada anticipada de Estados Unidos, las potencias contrarias, Rusia y China ya habían empezado a jugar sus piezas geoestratégicas en esa parte de Asia  Central para posicionarse tras la retirada de Afganistán por parte de la superpotencia. Rusia que también fue derrotada en esa nación (1979-1989),  ha intentado estrechar sus relaciones con los talibanes y otras fuerzas de oposición en los últimos años, a pesar de que Moscú declaró al Talibán como organización terrorista en 2003, y recibió a sus representantes en varias ocasiones, la última el mes pasado. Para este martes se tiene programada una conversación entre el embajador ruso en Kabul y los talibanes.

China, por su parte también quiere su pedazo de pastel de la nueva crisis afgana. De hecho la potencia emergente y antagónica como Rusia de Estados Unidos, tiene intereses económicos en ese país de Asia Central que está incluido en el ambicioso proyecto chino de la “Nueva ruta de la seda”  pero al igual que a los rusos también les preocupa el resurgimiento de grupos terroristas que pudieran desestabilizar la zona y sufrir sus fronteras el éxodo afgano como Paquistán.

El poderío de estas potencias antioccidentales podría jugar un papel trascendental en el nuevo escenario de Afganistán si se imponen como objetivo condicionar su reconocimiento y posterior convivencia con el nuevo régimen en la contención de las acciones integracionistas extremas que ya en el pasado inmediato los talibanes  impusieron a su población, especialmente a las mujeres.