Juan Barrera Barrera
El ínclito, el impoluto de Andrés Manuel López Obrador, ha decidido que su partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no irá en alianza con el otro polo de la izquierda mexicana, su antigua formación, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en los comicios presidenciales del próximo año, durante el Tercer Congreso Extraordinario de su partido. Otra vez, el pleito entre las izquierdas o el infantilismo de izquierda.
El anuncio no causa sorpresa alguna, pues ya lo había adelantado poco antes de las elecciones del 4 de junio en el Estado de México, cuando el candidato del partido del sol azteca al gobierno de la entidad, Juan Zepeda Hernández, rechazó el ultimátum del político tabasqueño para que declinara en favor de la morenista Delfina Gómez Álvarez. La misma respuesta tuvo del Partido Movimiento Ciudadano, sólo la entelequia Partido del Trabajo aceptó la “invitación” tardíamente.
López Obrador no podía recibir otra respuesta más que negativa por su actitud prepotente y autoritaria al plantear a Zepeda y a su partido la declinación, cuando las izquierdas fueron incapaces de ir juntas desde un principio a una elección en la que podían haber derrotado al PRI, a Alfredo del Mazo y al presidente, Enrique Peña Nieto, en el estado de México. Pudo más el sectarismo de una izquierda mezquina.
La arrogancia de AMLO
El político de Macuspana, que lidera a su partido en forma vertical y unipersonal, Morena es partido de un solo hombre (en eso se parece mucho al PRI) se equivocó dos veces en su estrategia electoral: pensó que solos podían lograr la victoria en el Edoméx ; y cuando el PRD subía en los sondeos de opinión, López Obrador no buscó diálogo con Zepeda Hernández, sino que lo presionó a través de varios ultimátum para que reculara a su candidatura, lo que fue interpretado por el perredismo como una petición de sometimiento.
Andrés Manuel, sin duda es el único dirigente social con una amplia base de apoyo, a pesar de que aún no consolida su estructura territorial. Sin embargo, tiene muchos negativos, una personalidad muy explosiva, responde de inmediato a lo que considera una provocación o un atentado a su imagen “impoluta”. Muy irascible con algunos periodistas que le formulan preguntas incómodas (¿alguna similitud con Donald Trump?).
Se ha extrapolado en su soberbia. Tal vez no esperaba el rechazo del perredismo mexiquense. Ya había dicho que con el PRD ni a la esquina, luego rectificó, no fue consistente. Ha llamado a la unidad partidista, pero con condiciones: que los partidos que quieran la unidad en torno a Morena, a su persona pues, deben deslindarse de “la mafia del poder”. El peje se defiende y afirma que pedir la unidad de la izquierda no es autoritarismo.
Se ha dejado ver como un personaje arrogante (¿alguna similitud con Pablo Iglesias de la formación española Podemos?) que no transige con sus ideales o principios, que son los válidos sobre los demás, pero sabe que ir solo a la presidencial del 2018 será una apuesta difícil de ganar.
Morena-PRD, alianza táctica o derrota traumática
La alianza natural sería entre las formaciones políticas de la misma corriente ideológica (aunque para AMLO el PRD ya no es un partido de izquierda), pero el pragmatismo electoral ha rebasado ese límite, tanto en México como en otros países. Las ganancias políticas de las alianzas entre derecha e izquierda PAN-PRD (que en los años noventa se empezaron a explorar, aunque con resultados desastrosos) en las elecciones de 2015 y en las recientes son evidentes.
A través de una estrategia táctica Morena-PRD serían el equipo a vencer en julio del próximo año. Y aunque López Obrador no se canse de atacar al PRD, de señalarlo de ser un partido palero, de ejercer un pragmatismo vulgar y ramplón, y a sus dirigentes de hacerle el juego a “la mafia del poder”, lo cierto es que el PRD podría jugar el papel de un comodín, o fiel de la balanza, o bisagra en los comicios venideros.
El partido del sol azteca está en posibilidad de acercarse a la estufa que más le caliente. La alianza adelantada para el 2018 que anunciaron los dirigentes del PAN y del PRD antes de los comicios del 4 de junio, Ricardo Anaya y Alejandra Barrales, respectivamente, si bien causó sorpresa en todos los medios políticos, entre la militancia de esos partidos particularmente, no puede descartarse mientras la izquierda continúe dividiéndose. El problema sería, claro, el candidato.
Si nos vamos a los extremos, en caso de que Morena de plano no cambie su posición de no alianza y los conflictos internos en el PAN tampoco permitan una negociación, el PRD podría aceptar el guiño del ojo del PRI e ir juntos, ahora que los partidos pequeños socios del priismo van en franca caída y ya no le podrían aportar los votos que el perredismo sí.
El uso excesivo de la retórica de descalificaciones de AMLO en contra de su ex partido y demás organizaciones que pudieran integrar un gran frente electoral anti PRI, solo sirve para dividir y atomizar más y más a las izquierdas, cuyo beneficiario directo será el partido oficial. Morena-PRD tienen todo para hacerse del poder político, pero debe haber voluntad política de las partes para el dialogo y la negociación. En cambio, si prevalece la subcultura de la arrogancia, de la imposición y el autoritarismo que profundice la división, entonces estarían contribuyendo a una posible derrota, que sería muy traumática, no solo para las dirigencias partidistas y su militancia, sino para la sociedad en su conjunto.