Juan Barrera Barrera
Donald Trump no se engañó ni así mismo con el adelanto de que en su mensaje a la nación promovería la unidad y el bipartidismo. No, con su inmenso ego por delante de autodefinición de ser el “mejor presidente” de los Estados Unidos, volvió a ser el mismo personaje divisivo, el más divisivo de la historia reciente, que sigue fomentando el odio entre los estadounidenses.
La vestimenta de color blanco que usaron las congresistas demócratas (en honor a las damas del Partido Nacional de las Mujeres, formado en 1916 para luchar por el derecho al voto femenino), es parte de la polarización a la que Trump ha llevado a la potencia del norte, a pesar de que intentó mostrarse, en vano, abierto y tolerante: invitó a los congresistas al consenso no partidista, pero bajo su agenda de prioridades, encubierta bajo la frase “agenda del pueblo estadounidense”, en la que no caben “investigaciones partidarias ridículas”, en relación a las investigaciones que se le siguen por presuntas anomalías en su elección.
Campaña reeleccionista con las mismas banderas
Durante su segundo informe sobre el estado de la Unión ante el Congreso estadounidense, el presidente Donald Trump, aprovechó la tribuna para iniciar oficialmente su campaña para la reelección presidencial y el tema será su renovada bandera de ataques a los migrantes y la construcción del muro en la frontera con nuestro país, promesa que no ha podido cumplir a sus bases por la derrota que sufrió el Partido Republicano en las elecciones intermedias de noviembre en las que también perdió la mayoría en la Cámara de Representantes frente a los demócratas que le han puesto freno de mano a su agenda.
La “agenda” de Trump no es otra cosa que lograr el consenso entre los congresistas republicanos y demócratas para que le aprueben recursos para la edificación del muro fronterizo. Al mandatario estadounidense le urgen los fondos y amenaza con cerrar por segunda ocasión el gobierno si los demócratas se los siguen negando.
El tema migratorio fue, ha sido y será tema estratégico en la contienda política por venir de cara al 2020. A este asunto el presidente Trump le dedicó un amplio espacio y lo ha difundido como “una crisis nacional urgente” para lograr apoyos de aquellos votantes que no están convencidos de tal medida para detener los flujos migratorios.
“Tenemos un deber moral para crear un sistema de inmigración que proteja las vidas y los empleos de nuestros ciudadanos. Esta noche les pido que, por amor y devoción a nuestros ciudadanos y a nuestro país, defiendan nuestra muy peligrosa frontera sureña”. El chantaje nacionalista es también parte del juego político de un mandatario mentiroso. La campaña del miedo es una película que ya han visto los estadounidenses y ya no será tan fácil asustarlos.
El segundo informe anual de Trump fue un espectáculo político presidencialista lleno de autoelogios. A su frase “América Primero”, puede anteponerse “Primero Trump” por su insistente autodefinición de ser el mejor presidente de que ha tenido su país, con un 40 por ciento de aprobación de los estadounidenses. Afirmó que a dos años de su presidencia Estados Unidos goza de un auge económico “sin precedente”, cierto pero gracias a las políticas públicas de la última administración de Barack Obama.
Trump vs “socialismo” demócrata
Fue el momento preciso para el inicio formal de su campaña reeleccionista. El socialismo fue su centro de críticas. En un lenguaje propio de la época de la Guerra Fría, el huésped de la Casa Blanca, ante el Congreso de su país, afirmó que en Estados Unidos “estamos alarmados por nuevas llamadas por adoptar el socialismo en nuestro país. Estados Unidos fue formado sobre libertad e independencia, no sobre coerción, dominación y control gubernamental. Nacimos libres y permaneceremos así. Está noche renovamos nuestra determinación de que América nunca será un país socialista”.
El ataque iba dirigido a la corriente ideológica dominante en el Partido Demócrata que encabeza el senador Berni Sanders y a la que pertenece Stacey Abrams, joven congresista que contestó el discurso de Trump, lo que tuvo un alto significado político, ya que además de reforzar la identidad ideológica del partido opositor, seguramente de ese bloque interno saldrá el candidato o candidata a la presidencia.
En alguna ocasión Donald Trump dijo que era mejor Andrés Manuel López Obrador que el capitalista, en referencia al ex presidente Enrique Peña Nieto. Me atrevo a inferir que el multimillonario neoyorquino considera al presidente mexicano como socialista.
Con la derrota de Hillary Clinton, el Demócrata se ha corrido del centro hacia la izquierda moderada más juvenil, más diversa e inclusiva de cuyos movimientos sociales le dieron a este partido el número de legisladoras más alto de su historia que le dieron la mayoría en la Cámara de Representantes.
Donald Trump sabe del poderío electoral que representan estos colectivos que siguen creciendo en los Estados Unidos, en principio para oponerse a la agenda divisionista, racista y al proyecto reeleccionista del primer mandatario que está llevando a su país a una confrontación global con otras potencias emergentes.
Los demócratas tienen una larga lista de precandidatos, como nunca en su reciente historia, para contender en las elecciones primarias, un proceso interno que puede ser muy desgastante, pero al mismo tiempo puede ser un ejercicio ejemplar de transparencia ante sus bases y electores indecisos.