Si me permiten hablar

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Migración, una consecuencia imperialista

Ana Celia Montes Vázquez

Un hecho que, sin lugar a dudas, marcó este 2021 en agonía fue y es el asunto de la migración, y más en concreto la migración en nuestro México lindo y querido en un año bastante turbulento y difícil en lo económico y en lo sanitario, sobre todo porque la amenaza del coronavirus está muy lejos de siquiera controlarse. Hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y haitianos vienen en oleadas literalmente llegan a nuestro país con consecuencias de diversa índole.

En primer lugar está el descontento de los mexicanos, sí, de nosotros quienes habitamos este bendito país, lo queremos y lo mantenemos con nuestro cotidiano trabajo, sea en el hogar, en la escuela, la oficina o el taller, por eso nos resulta contradictorio que por un lado México se ostente como nación solidaria al exterior, mientras que en lo interno para los mexicanos no lo es tanto porque en las calles y avenidas se ven grupos de estos migrantes exigiendo, sí, exigiendo, limosna y ni qué decir cuando abordan el transporte público (camiones o el METRO) llegando, incluso, a la intimidación. Aclaro el punto, no se trata de defenestrar a nadie ni generar ideas xenofóbicas sino de exponer también la situación de los mexicanos en su propia tierra cuando deben tratar con estos migrantes, que en muchos de los casos son hasta violentos.

Cuando los líderes migrantes expresan su intención de cruzar por nuestro territorio y hasta de quedarse a residir, si así lo consideran, o hasta de ser deportados cuando le requieran, todo ello en un tono imperativo que francamente contrasta con su afán de una vida mejor, y, eso sí, con cargo al erario conformado, por cierto, con nuestros mexicanos impuestos resulta indignante. Así es, pues en lugares donde se hospedan o se quedan a residir los ayuntamientos deben erogar recursos para su limpieza y sanidad, además de alimentación, lo cual ha colapsado presupuestos y descuidado las necesidades cotidianas, como ha sucedido en Tijuana, Baja California desde hace por lo menos tres años.

Y en cuanto a la repatriación, han sido aviones repletos de centroamericanos que los llevan de regreso pagados con pesos mexicanos; esto sin contar las veces en que mexicanos han perdido su empleo cuando los deben someter por desmanes como parte de su trabajo y labor de seguridad, como ha sucedido con elementos de la Guardia Nacional. En otras palabras, si alguien va a casa ajena, lo menos que debe hacer es comportarse y respetar como lo requerimos en nuestro justo derecho los mexicanos.

Por otro lado, Estados Unidos, a pesar de los muchos discursos de “somos buenos amigos” y con todo y la llegada de Joe Biden a su presidencia sigue viendo a nuestro país como su patio trasero, al grado de exigir que el programa “Quédate en México” se aplique a los migrantes que desean ingresar a su nación esperando audiencia el tiempo que sea necesario, semanas, meses o años, acompañándola con acciones tales como repelerlos en pleno Río Bravo a macanazos y caballazos sin el menor rubor al mejor estilo de Donald Trump.

Y ni qué decir de Alemania, Francia y otros cultos países europeos, cuando hasta se permiten burlarse de sus costumbres religiones para tacharlos después de intolerantes. Bueno, no puede faltar Israel, sionista nación que con toda impunidad agrede y margina a los palestinos.

Por eso resulta encantador y enternecedor que los propios Estados Unidos de Norteamérica, Israel y Europa en un afán de ser y parecer los paladines del planeta abogan por la civilidad, democracia y libertad, y hasta se permiten ser compasivos hasta el extremo de organizar piadosas expediciones comandadas por grupos religiosos que llevan la palabra de Dios, seguramente un Dios blanco, a naciones que en siglos anteriores saquearon sus recursos naturales y menguaron sus poblaciones con prácticas esclavistas, pero ahora en pleno siglo XXI se olvidan de todo ello cuando con indignación se sorprenden que las personas busquen mejores oportunidades en sus instruidos y desarrollados territorios engrandecidas con el oro y la sangre de pueblos enteros.