Si me permiten hablar

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Enseñanza y forma de vivir en época de coronavirus

Ana Celia Montes Vázquez

Estando en la ciudad de Guanajuato durante el puente del 16 de marzo de 2020 fue cuando recibí la noticia: Las autoridades de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FES orgullosamente UNAM) en plenas vacaciones estaban reunidas y determinaron alrededor de las seis de la tarde que nuestro campus entrara en cuarentena debido al contagio de Covid-19 en México iniciando de esta manera una temporada que de quince días previstos se ha ido alargando y es comprensible, pues nuestra Máxima Casa de Estudios tiene el compromiso con la comunidad universitaria (alumnos, profesores, funcionarios y administrativos), dado que forma parte del equipo que investiga una posible vacuna contra el coronavirus y también tiene una Comisión Universitaria para la Atención de la Emergencia, por lo que entre sus obligaciones está la de informar oportunamente a la población en general.

Antes de proseguir debo señalar que mi última clase presencial fue el lunes 2 de marzo, cuando mis dos grupos de la licenciatura en Diseño Gráfico de la FES Acatlán acordaron no acudir el siguiente 9 de marzo por aquello del día sin mujeres pero que sí les dejara tarea, por lo que señalé los textos y las actividades a entregar de regreso el lunes 23 también especificando lo que deberían leer y hacer en caso de que se declarara suspensión de labores a causa de emergencia sanitaria por coronavirus; reitero, fue mi última clase presencial de ese año, nunca me lo hubiera imaginado. Cabe aclarar que desde hace 26 años soy profesora de asignatura definitiva en la FES Acatlán, mismos que cumplí en enero de 2021.

En fin, de inmediato las autoridades se comunicaron con los docentes de Diseño Gráfico por medio del Whatsapp para indicarnos que deberíamos continuar las clases en línea, puntualizando que se evitaran los trabajos por equipos y encargar la compra de materiales de tal manera que los estudiantes no salieran a la calle por ningún motivo de índole académico. Y así inicié mis clases virtuales de licenciatura, en donde apliqué los conocimientos adquiridos durante mi ejercicio docente en línea y a distancia porque, por cierto, he sido facilitadora en Bachillerato a Distancia de nuestra gloriosa UNAM y también de Prepa en Línea de la Secretaría de Educación Pública (SEP) desde 2007.

Claro, por supuesto que pasar súbitamente de las clases presenciales a una modalidad educativa en línea imprecisa, improvisada y azarosa no fue sencillo empezando por la tarea de contactar a los alumnos en un ambiente de alarma e incertidumbre que envolvió a nuestro país, con dimensiones catastróficas de momento inconmensurables incluso a nivel mundial.

Afortunadamente, la acertada y oportuna coordinación de nuestras autoridades académicas de la licenciatura en Diseño Gráfico resolvió esta dificultad por medio del Facebook, sitio en donde se encontró el estudiantado con el profesorado. En mi caso fue por medio de un correo electrónico que habilité ex profeso para esta ocasión; debo decir que desde el principio tuve una asistencia constante de mis dos grupos de entre el 70 y 80 por ciento durante las ocho semanas restantes para concluir el semestre 2020-2.

¿Y cómo fueron mis clases en línea? Pues más que eso, retomé la dinámica de mi mencionada experiencia docente en BUNAM y Prepa en Línea: El organizar semanalmente los temas, materiales y las instrucciones a mis estudiantes bajo el esquema de la asincronía y el corresponsabilizar al educando de su autoaprendizaje. Documentos PDF, textos redactados por mí, la grabación de mi voz y videos de Youtube fueron los recursos que me ayudaron a desarrollar los puntos del programa de cada materia aunado a una explicación breve y concisa al igual que las respectivas indicaciones fijando fechas y modos de entrega, todo concreto, preciso y claro, además de retroalimentar a cada uno en cada entrega en no más de 48 horas, lo cual resultó efectivo en cuanto a que mis grupos se sintieron atendidos en todo momento.

Ahora bien, a la par de la labor docente debo mencionar el aspecto cotidiano porque no es menos importante. Al principio de la Jornada Nacional de Sana Distancia, o mejor conocida como cuarentena por coronavirus, no sentí mayor sorpresa ni exaltación; sin embargo, al paso de los días y en el confinamiento comencé a sentir aburrimiento y ansiedad.

Cabe también decir que colaboro en un programa radiofónico y en medios impresos, todos en portales digitales, por lo que debo estar informada y me llega información de varios sitios y grupos periodísticos, tanto mexicanos como internacionales, por lo que también he estado expuesta a la infodemia, o sea a la sobresaturación informativa, pues me ha llegado de todo, desde boletines de prensa pasando por recetas para combatir el Covid-19 y memes, hasta llegar a una serie de teorías fatalistas y conspirativas sobre que si se trata de una especie de limpia racial mundial y que si este virus es resultado de la lucha de fuerzas extraterrestres por apropiarse de nuestra planeta, todo ello con tintes de una seriedad que no dejaba lugar no siquiera para el asombro.

El sentirme como en un estado de guerra literal también ha sido duro, por lo que en la docencia ahora virtual encontré un elemento de relajación y pertenencia y hasta de zona de confort por sentirme protegida en mi casa haciendo home office, tener un sueldo seguro al igual que la tranquilidad de saber a mi familia y seres queridos sanos y salvos, y con un trabajo hasta cierto punto fácil.

Salir a la calle y ver todo cerrado; el uso de tapabocas obligatoriamente y guantes y caretas; filas para ingresar a los bancos y supermercados desde temprano y con una serie de restricciones (una persona por familia, por ejemplo); las patrullas dando rondines con una bocina que invitaba a evitar puntos de reunión por estar en emergencia sanitaria; ver a la gente con temor, malhumor y repugnancia cuando alguien se acerca, y encontrar a la heroína del confinamiento Susana Distancia en todos lados entre tantas acciones me hacían más difícil el aceptar que no estaba sumergida en un conflicto bélico como tal.

Ni qué decir de escenas tipo del cine neorrealista italiano de la posguerra mundial: Una treintena de hombres desocupados entre choferes de taxis y repartidores de comida rápida esperando quien los contratara afuera de una plaza comercial; el 10 de Mayo ver a varias personas vendiendo flores y arreglitos en sus autos, pero también en bicicletas o de plano en la calle, siendo el más desgarrador un humilde adulto mayor sentado en la banqueta junto a unas cubetas coloridas de tulipanes y rosas; unos meseros perfectamente ataviados afuera del restaurante-bar nice cerrado y que ni siquiera vende comida para llevar ofreciendo charolas de pan de dulce para seguramente llevar algo de sustento a sus hogares; observar grupos de trabajadores y albañiles jóvenes, y no tanto, sentados en vías rápidas y en parques públicos, así, a la vista, esperando que les llegue algún trabajo… Ni qué decir de establecimientos como zapaterías que vaciaron sus aparadores para evitar robos y rapiña, aunque siguieran pagando renta.

Y ahora que en estos días de julio que escribo esto no parece que haya cambiado mucho la situación con la “nueva normalidad”, salvo que hay más gente en la calle y se nota más la desesperación por reactivar lo económico ante las noticias adversas sobre el repunte de contagios a diario.

Por todo esto mi trabajo académico ahora on line fue como una especie de respiro y, de verdad, una fuga de una realidad que la misma realidad me impuso en una reclusión forzada e inesperada. Por supuesto que el semestre finalizó en línea y a distancia en tiempo y forma bajo las indicaciones y vigilancia de las autoridades académicas de la FES Acatlán, y para ello retomé mi experiencia como facilitadora en BUNAM: La de entregar a cada alumno su calificación final y hacerle una breve retroalimentación personalizada, de tal forma que considerara su áreas de oportunidad, pero también que notara que sí puse atención a su desempeño siempre.

Sin duda alguna, esta situación provocada por el coronavirus me sirvió para reflexionar sobre el sentido de la vida –de mi vida–, cómo en un momento cambia, sobre su fragilidad y a valorar lo importante por encima de lo superfluo y lo aparente. Asimismo, me dejó muy en claro que cada experiencia enriquece la existencia y, como dice mi mamá, lo aprendido me ayudó a desempeñar oportuna y dignamente mi labor docente en la UNAM.

¿Cómo veo el futuro a un año del COVID-19 en México? Pues algo incierto, no lo puedo negar; sin embargo, también lo vislumbro con alegría por estar viva y sana, con mi familia y seguridad, y con el gusto de saberme útil y vigente en la docencia en favor de mi institución, mi sociedad y mi país, aún en condiciones adversas.