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La sigilosa relación de AMLO con la Iglesia Católica

Norberto Vázquez

La crisis fue detonada por el asesinato de los padres Joaquín Campos y Joaquín Mora, en Cerocahui, Chihuahua, el 20 de junio de 2022

No es un secreto a voces que a lo largo del sexenio la Iglesia Católica ha alzado la voz de manera determinante contra la creciente ola de violencia en México, y sí, contra la actual administración encabezada por el líder tabasqueño.

En cierto momento, rueda en los círculos del medio religioso, que uno de los desencuentros entre las autoridades de los jerarcas católicos y el presidente fue a principios del la presente administración, cuando los obispos se negaron a repartir en las parroquias la Cartilla Moral (que buscaba repartir entre 8.5 millones de personas beneficiarias de programas sociales) que mandó imprimir el mandatario para describir su idea de interacción social. El objetivo, dijo, es “moralizar la vida pública de México”. Los prelados lo mandaron lejos.

López Obrador, como candidato por la coalición Juntos Haremos Historia, se reunió con la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) a quienes presentó su propuesta de campaña.

En Casa Lago, en reunión privada, fue recibido por el presidente del organismo episcopal, cardenal Francisco Robles Ortega, y los 125 obispos ahí reunidos en el marco de la 105 asamblea plenaria: López, llegó acompañado de su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller.

Hasta ahí, la relación era más o menos amigable. A la largo de la presente administración, las cosas fueron cambiando. La crisis fue detonada por los hechos violentos contra sacerdotes católicos, como el asesinato de los padres Joaquín Campos y Joaquín Mora, en Cerocahui, Chihuahua, el 20 de junio de 2022, lo que ahondaron las diferencias.

Inmediatamente, el secretario general de la CEM, monseñor Ramón Castro Castro, que en un video difundido en redes sociales, dos días después de la masacre, hizo una fuerte crítica a la situación de inseguridad y violencia que padece el país. Llamó al gobierno a hacerse responsable, y pidió “una respuesta a la altura de las circunstancias”.

A esto le siguió, que los obispos de Apatzingán, Cristobal Ascencio García; de Cuernavaca, Ramón Castro Castro; y de San Cristóbal de las Casas, Rodrigo Aguilar; le expresaron su preocupación por el incremento de la violencia en el país.

El asunto ya venía pegando en las relaciones Iglesia-Estado, sobre todo cuando el asunto se presentaba desde la misma Santa Sede. El 4 de octubre de 2020, el Papa Francisco había criticado los excesos del neoliberalismo… pero también los del populismo.

Como es su costumbre, el presidente no se quedó callado. Para el 9 de octubre glorificó las críticas del líder religioso al neoliberalismo, calló las relacionadas con el populismo y retó a la curia mexicana.

Sobre el asunto, dijo. “En momentos de transformación, los Papas han estado en favor del pueblo de México. Este Papa es distinto, el Papa Francisco, y ojalá y cuando menos la jerarquía siga su ejemplo, yo no escucho que aquí se hable como lo hace el Papa. ¿Escuchan ustedes en la jerarquía que se hable de neoliberalismo y se cuestione al neoliberalismo como lo hace el Papa?”.

Con la finalidad de arreglar diversos asuntos que pedía López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller llegó en misión especial al Vaticano, para reunirse con el pontífice y pedir los códices Borgia e insistir en una disculpa del Vaticano a los pueblos indígenas.

¿Perdón? comentó el Papa. Dijo que tanto él, como sus predecesores ya lo habían hecho, uno de ellos Juan Pablo II en primer término, en 1992. Desde ese momento, las cosas no parecen haber marchado demasiado bien tras ese encuentro.

Cuando una delegación de la comunidad de obispos mexicanos llegó a Roma para visitar al Papa y extenderle una invitación a México para 2021, Francisco la rechazó. Como buen político religioso, el argumento oficial fue que había países que no había visitado aún y México estaba en la lista de espera.

La realidad, la ventilaron columnistas internacionales que dijeron que la razón fundamental era que el Papa no quería propiciar un escenario para polemizar con el presidente mexicano.

Bueno, pues la semana pasada, sin invitación de por medio (se auto invitó), presentó a los obispos mexicanos “un país con datos alegres”, lo que sin duda, frustró a la jerarquía católica. Nadie aplaudió al terminar su ponencia.

En un boletín, la CEM informó que tras plantear al presidente sus preocupaciones sobre la descomposición del tejido social y la crisis migrante que vive el país, el mandatario federal respondió con “datos optimistas”, como los que expone todos los días en sus mañaneras.

“El presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano lo recibió presentándole los temas que se están tratando en la Asamblea como el problema de la descomposición del tejido social, el proceso para la construcción de paz y, de manera especial, se habló de la preocupación de la Iglesia sobre el problema humanitario de los migrantes en todo el país”, refirió.

¿Pero que esperaban, si ya lo conocen? Los individuos de las sotanas esperaban entablar una interlocución franca, que sentara las bases para reconstruir un país desgarrado por la violencia, los desaparecidos y los migrantes.

Los obispos analizaban cómo la Iglesia busca contribuir a resarcir el tejido social, y a una mayor participación ciudadana para reducir la violencia y pacificar el país.

Pero el presidente no entró en un diálogo, dibujó una nación alejada de la realidad, lo que cambio el sentido de su plenaria. En el círculo rojo eclesiástico, las baterías apuntan a que fue a decirles que apoyaran la continuidad del modelo 4T. ¿A que otra cosa más? Son tiempos políticos.