Claudia E. Anaya (*)
Tras un año turbulento, producto de los efectos de la pandemia, poco a poco se vislumbra el fin de un 2020 desangelado a nivel nacional, especialmente por el duro golpe que ha representado el aislamiento a una sociedad tan característica como la mexicana.
Pasado un verano de encierro y un mes patrio con plazas desoladas llegó noviembre y consigo un renovado fervor por una de las tradiciones fundamentales que han caracterizado al mexicano tanto al interior como al exterior: el día de muertos.
Aunque también celebrada en otras latitudes del continente, la festividad, nacida del mestizaje cultural ocurrido tras la conquista, es sinónimo de lo mexicano dada la peculiar forma en la que se concibe a la misma muerte dentro de su idiosincracia.
Es saber popular que a la figura de la muerte se le visualiza desde un respeto que dista del temor y se acerca más a un recibimiento familiar. No en balde la frase de que el mexicano se ríe hasta de la muerte.
Esto no se ha reducido únicamente al campo de las costumbres y las tradiciones que se realizan año con año en distintos puntos de la república sino que ha trastocado a muchos otros aspectos de la cultura como puede ser el arte.
Una muestra de ello es el caso del prolífico pintor Ernesto Gilabert ya que, tras haber visto de primera mano los efectos que tuvo el trágico sismo ocurrido el 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México, este decidió emprender el proyecto de las Calacaturas.
Radicado en la ciudad de Morelia pero oriundo de la capital del país, Gilabert se ha caracterizado por ser tanto un entusiasta de todas las artes como por ser un apasionado de la historia de México.
En función de esto, el artista concibió una de sus obras más celebres con la cual a su vez ha rendido un homenaje al caricaturista José Guadalupe Posada, autor al que ha admirado desde su infancia.
Dentro de su colección de Calacaturas, Gilabert rescata algunos de los rasgos clave de la obra del famoso ilustrador, siendo la presencia de calaveras en caricaturas el elemento del cual se desprende el nombre a las distintas representaciones que componen.
De esta forma, el pintor ha dado vida a postales de corte costumbrista, provistas de una sátira mordaz que no se anda con medias tintas y trastoca a distintos personajes importantes de las últimas décadas, yendo del espectro político con nombres como Hugo Chávez, Fidel Castro o Elba Esther Gordillo hasta rubros más populares con estrellas como Jenny Rivera.
Aunado a ello, las Calacaturas también le han servido a Gilabert como forma de retratar escenas más cotidianas cargadas de la ironía característica que también estaba presente en los trabajos del autor de la Calavera Garbancera.
“Empecé a desarrollar mis Calacaturas, tratando de hacer una radiografía de México a través de sus usos y sus costumbres, sus tradiciones, imágenes urbanas, imágenes campiranas, su mundo político, su arquitectura, su modo de transporte, sus oficios”, explica el propio artista al presentar su trabajo.
No obstante, si algo ha sido un sello distintivo del trabajo de Gilabert es su formación ecléctica que le llevó al estudio de la restauración de obras artísticas, lo cual se suma a su preparación como pintor y muralista con maestros como Paul Coremans, Raúl Anguiano y Byron Martínez, entre otros.
Además de sus Calacaturas, otras colecciones destacables de su obra son “Historia de México” y “Corazonadas”, obras donde el artista se cuestiona sobre su propia creatividad y empieza a despegarse del ala de Posada para encontrar su propia voz.
Aunado a ello, a lo largo de su trayectoria artística ha realizado varios murales importantes como son “Encuentro de Moctezuma con Cortés” o “Paisaje del Valle de México”, este último ubicado en el Banco del Atlántico en la Ciudad de México.
Actualmente, Ernesto Gilabert forma parte del colectivo Nawwa, lugar en el cual asevera ha encontrado la certeza y confianza que buscaba desde hace muchos años.
Parte de su obra se exhibe en la galería virtual del colectivo: www.nawwa.mx
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(*) Directora Adjunta de la Revista Hábitat Mx