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¿Relevar a Meade?

Moisés Sánchez Limón

La versión de cambiar de candidato porque el ungido nomás no prende, supuestamente, es una estrategia de campaña dirigida más que al nominado, a quienes en el transcurso de la campaña han sumado voluntades, compromisos y, sobre todo, ambiciones personales, algo elemental pero, también, una excelente prueba de lealtades.

Por supuesto, la especie no es nueva. La versión de que, en su momento, el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz evaluó cambiar de candidato y bajar de la incipiente campaña a Luis Echeverría Álvarez, fue confirmada por el propio poblano-oaxaqueño en los pincelazos conocidos de sus memorias no publicadas.

Pero, en esos días de 1970, Echeverría Álvarez había prendido como candidato del PRI a la Presidencias de la República, aunque en estricto rigor el entramado que tejió como secretario de Gobernación, le había sumado muchas voluntades, incluso en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.

Díaz Ordaz pulsó relevar a Echeverría por lo que consideró deslealtad e ingratitud, cuando no traición por aquel minuto de silencio que el candidato Echeverría Álvarez pidió a los estudiantes de la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, la Nicolaíta, en Morelia, Michoacán, en homenaje a los estudiantes caídos el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, cuando era voz pública su responsabilidad en esa operación Olimpia.

Echeverría hizo campaña, contra la voluntad de Díaz Ordaz. Ganó la elección federal de julio de 1970 por amplio margen al candidato del PAN, Efraín González Morfín, y protestó como Presidente de la República. Hoy está enfermo y ha cumplido 96 años de edad.

El otro caso vastamente conocido y que terminó en tragedia, fue el de Luis Donaldo Colosio Murrieta, cuya nominación y breve campaña enfrentó al fuego amigo prohijado por Manuel Camacho Solís, cuya ambición por ser Presidente de México lo llevó a crear una estrategia que lo posicionaría como negociador político, pero nunca le abrió el espacio para considerarlo con estatura de estadista.

Ese fuego amigo impulsado por priistas que al paso del tiempo abandonarían al PRI, esparció la versión, en 1994, de que Luis Donaldo sería relevado de la candidatura porque no prendía y que, por supuesto, el relevo sería Camacho Solís.

El clima, empero, que derivó de esa versión apoyada y prohijada por periodistas, columnistas y analistas políticos, medios de comunicación impresos y electrónicos que después negarían su anticolosismo, derivó en la tragedia de Lomas Taurinas, aquella tarde de marzo de 1994, cuando Luis Donaldo fue asesinado supuestamente por Mario Aburto.

“No se hagan bolas, el candidato es Colosio”, dijo el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, frente a esa versión del “inminente” relevo del candidato del PRI a la Presidencia de la República. Manuel Camacho Solís y su equipo sonrieron, sin duda, ante esa declaración porque habían logrado el objetivo de poner en entredicho la capacidad de Luis Donaldo para crecer en una campaña proselitista y ganar la elección federal que se movió para agosto de 1994.

Manuel Camacho murió el 5 de junio de 2015, en funciones de senador por el Partido de la Revolución Democrática, en la Legislatura que concluye en agosto de este año. El PRD se nutrió la las organizaciones creadas por Camacho cuando secretario de Desarrollo Urbano y Ecología y jefe del entonces Departamento del Distrito Federal. René Bejarano, el profesor, cobraba en la nómina del DDF; Andrés Manuel López Obrador fue beneficiario de los dineros públicos de aquella regencia, cuando iniciaba sus movilizaciones, apisonadas incluso por la derrota que sufrió frente a Roberto Madrazo Pintado, cuando aspiró a ser gobernador de Tabasco.

La historia, entonces, registra esos movimientos políticos con basamento en las elementales ambiciones personales y de grupo. Luis Echeverría su deslindó de su antecesor y pretendió, incluso, ser secretario general de la ONU; ha vivido entre el desprestigio, la denostación pública y la jubilación política.

Manuel Camacho murió sin conseguir su objetivo de ser Presidente de México. Luis Donaldo Colosio Murrieta fue el candidato al que le restaban capacidades sus malquerientes, muchos de ellos a sueldo de los intereses del fuego amigo con asiento en el tricolor y los estancos de poder asociado con el crimen organizado.

¿Fue buen presidente Ernesto Zedillo, beneficiario de una campaña que terminó en tragedia? ¿Sirvió de algo la llamada transición democrática? La administración de Enrique Peña Nieto ha sido cuestionada en la impronta pero, no hay duda de que las reformas estructurales caminan en sus tiempos. Como dice el clásico: la historia lo juzgará.

Sí, pero está de retorno esa corriente que busca desestabilizar a las campañas, que no al PRI ni mucho menos a José Antonio Meade Kuribreña, porque la especie de que lo relevará un candidato con más fuerza y apoyo popular y, claro, de los grupos caciquiles priistas y no priistas, implicará una onda expansiva que golpeará al resto de los candidatos.

¿Es Meade un (pre) candidato débil, que no crece ni emociona? En lo personal no lo veo así. Y mucho menos con el apoyo que tiene de El Peje y Ricardo Anaya como sus publirrelacionistas. ¿Qué no lo conocían? Bueno, hoy lo conocen más electores potenciales. ¿Lo relevarán de la candidatura?

El principal divulgador de esa versión del cambio de candidato, incluso desde el mismo día que se supo que Meade era el (pre) candidato, fue Andrés Manuel López Obrador. Y lo ha reiterado. ¿Quién le acercó esa información? ¿Quién? Cuidado, los riesgos que entraña desestabilizar a un proceso electoral de la importancia como el que correo, son graves. Cuidado. Conste.

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@msanchezlimon