Política Global

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  • El festejo de las masas el 1 de julio
  • Despacio que llevo prisa
  • AMLO, tropical sí, mesías no

Juan Barrera Barrera

El lunes 1 de julio se cumplió un año del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y que mejor escenario para festejarlo que el Zócalo capitalino y con un baño de masas, el medio que más le acomoda para lanzar sus arengas político-populares.

El Zócalo estuvo abarrotado de contingentes acaso de movimientos organizados, acaso de acarreados, pero el presidente López Obrador constató su alta popularidad entre las clases populares (también estuvieron grandes empresarios como Carlos Slim y Emilio Azcárraga, por convicción o por conveniencia o por atender la invitación presidencial). Ese mismo día el periódico EL FINANCIERO publicó una encuesta en la que el 66% aprueba su forma de trabajo.

AMLO aprovechó el festejo del primer aniversario de su triunfo para informar a sus seguidores de los logros de los primeros siete intensos meses de gobierno. Presumió que nunca antes se había hecho tanto en tan poco tiempo. Afirmó que se han cumplido 78 de los 100 compromisos prometidos en campaña.

Despacio que llevo prisa

Como todo gobernante, AMLO no fue la excepción en vanagloriarse de sus políticas públicas tendientes a sentar las bases estructurales del nuevo régimen. Lo ha dicho y reiterado que lleva prisa para echar andar la Cuarta Transformación y ha metido el acelerador para que en los próximos meses, a más tardar en diciembre, el nuevo modelo político económico se acentúe y consolide, y sea irreversible por “si algún día, advirtió, regresara al poder el conservadurismo faccioso y corrupto”.

Se esperaba un discurso más conciliatorio para distender el ambiente de confrontación, pero aprovechó la plaza pública para censurar a sus opositores, críticos y detractores. Los medios de comunicación registran un discurso de 90 minutos, de los cuales sólo 15 segundos le dedicó a una leve autocrítica cuando reconoció que falta mejorar el sistema de salud, la economía y la seguridad. Todos los hombres del poder defienden sus proyectos de nación y sostienen que van por el camino correcto.

Ciertamente no es posible exigirle resultados a un gobierno a los siete meses, sobre todo por los enormes rezagos económicos y sociales heredados de los gobiernos que le antecedieron, en especial en asuntos de inseguridad, desigualdad y corrupción, que siguen siendo grandes pendientes.

AMLO, tropical sí, mesías no

El nuevo régimen tiene aciertos, por supuesto, pero desmantelar el modelo neoliberal e instalar uno nuevo requiere de tiempo y seis años no serán suficientes. No podemos saber aún si lo andado hasta ahora pueda llevar al país a eso que López Obrador ha llamado la Cuarta Transformación, pero la esperanza de miles sigue latente en su líder.

AMLO, como todo ser humano, está lejos de ser perfecto, comete errores, sus discursos, por ejemplo, suelen ser contradictorios. Puede ser todo, pero menos un mesías. Así como muchos fincan sus esperanzas en él, otros tienen temores de que la economía se derrumbe, los clase medieros que no se sienten representados por nadie un día antes salieron a protestar. Tal vez no fue significativa, pero están ahí y es mejor no soslayarlos y no creer que los inconformes con el gobierno son solamente las élites.

Extraño que los más de 11 mil burócratas despedidos no se hayan organizado todavía para hacer sentir su descontento como en otras coyunturas como la de 1983 cuando iniciaban los gobiernos neoliberales con Miguel de la Madrid, durante el cual se sucedieron una ola de movilizaciones, paros y huelgas por los despidos masivos que imponía el cambio estructural, nuevo modelo económico, y el achicamiento del Estado.

La gente, el pueblo olvidado quiere resultados, quiere mejoría en sus ingresos que solo se logra con empleos bien remunerados y con ello reducir la desigualdad. Sin resultados los discursos se vuelven vacíos y carentes de credibilidad, y terminan por venirse abajo y con ellos quienes los emiten.